Uno de los escandalos mayores que se han producido a la hora de escoger a los artistas que nos van a representar en la bienal de Venecia, Italia, la más grande del mundo, se produjo en el año 2013 cundo el comité seleccionó para representarnosen la ciudad lacustre a un grupo de grafiteros que habían estado llenando las paredes de Caracas con toda clase de signos. marcas, escritos y mensajes propios de un arte salvaje.Esto disgustó a muchos entendidos pero principalmente a los pintores que siempre han soñado estar presentes en esas bienales que todavía siguen siendo profusamente comerciales.¿y qué pasó?No obstante la repulsa de los entendidos y los pintores cultosla presencia de nuestros humildes grafiteros en la Bienal de Venecia de 2013 ha sido unas de las actuaciones más aplaudidas y exitosas que nuestro arte ha cosechado fuera del país en acontecimiento alguno.VENECIA, UNA ALEGRÍA PÁNICA
Juan Calzadilla
En ninguna ocasión la escogencia y envío de obras de arte a una bienal suscitó más polémica, cuestionamiento o adhesión, que en el año 2013, en la ocasión de celebrarse, a partir de mayo pasado, la edición número 55 de la Bienal de Venecia, para cuya asistencia por parte de Venezuela se seleccionó a un grupo de artistas jóvenes de las nuevas corrientes surgidas del graffti de calle, en Caracas y las principales ciudades del país. Fue sí como el envío venezolano a la famosa bienal, por decisión del comité de selección, recayó en lo que genéricamente se conoce como arte urbano o street art. Ya sabemos todo lo que esto implica y lo que sucedió.
En otras circunstancias, treinta o cuarenta años atrás, una envío de esta naturaleza, integrado por artistas prácticamente desconocidos, considerados marginales o contestatarios, inoculados por decisión propia contra currículos, museos y galerías de arte, y cuyos miembros llevan , en materia de arte, una vida subterránea, hubiera pasado como una hecho normal en el marco de las estrategias trazadas por la dirigencia de las bienales para acoger, paralelamente al arte canónico y oficial, esa cuota de participación que la modernidad suele otorgar a creadores marginales, disidentes o francotiradores que han contribuido en no poca medida, con sus propuestas, a mantener el prestigio del arte nuevo y a alimentar la llama de la tradición de vanguardia.
Las bienales internacionales durante las décadas pasadas fueron más plurales, equitativas, equilibradas, o al menos más propositivas y receptivas al talento emergente y a posturas contestatarias, que lo que se puede apreciar hoy en las grandes vitrinas comerciales de Sao Paulo y Venecia, para referirnos a estas dos bienales. La autoridad oficial, representada por el circuito de galerías privadas adueñado de los espacios expositivos, y por el comisariado interno del evento, siempre servicial al poder del mercado de arte y a las finanzas, eran lo suficientemente tolerantes de la diversidad del arte como para a abrirle compuertas a las nuevas corrientes, incluso a grupos contestatarios del anti-sistema.
Para no ir muy lejos, en 1963, en la Bienal de Sao Paulo, los pintores del Techo de la Ballena, asistiendo por propia iniciativa, lograron penetrar la rígida barrera de este evento para exhibir aquí unas pinturas informalistas que, lejos de escandalizar como se pretendía, fueron recibidas con buenos ojos o con marcada indiferencia por autoridades y entendidos.
No sabemos si se recuerda que a fines de los años sesenta un aprendiz de disidente, de apellido Valero, participando por Venezuela, introdujo en los canales de aguas servidas de la Bienal de Venecia un grupo de quince ratones amaestrados, acción que tuvo por única respuesta la sonrisa complaciente de las comisarios.
En otras palabras, la vanguardia disidente y los grupos experimentales podían desplazarse en un campo más beligerante pero más participativo y mejor integrado que el de hoy. Todavía empresarios, grupos económicos y fundaciones aparentemente filantrópicas no habían decidido relevar a los estados nacionales para meter hasta el fondo las manos en el negocio del arte. Las bienales en la etapa actual amparan y se inscriben con más ostentación en las rutas de la intermediación financiera y del arte como mercancía de lujo. Antaño tan propositivas, ahora se las dan por favorecer el comercio del arte antes que al arte emergente o revolucionario, venga de donde venga. Funcionan como tiendas, por el estilo de los grandes supermercados y ferias donde todo se expone la mirada de los bolsillos; los muros se han convertido en vitrinas.
Afortunadamente todavía los espacios expositivos de Venecia no han sido completamente privatizados, y ojalá que eso no llegué a ocurrir. Continúa en esta bienal aplicándose una vieja norma que deja a los gobiernos la facultad de organizar autónomamente los envíos de sus receptivos países, a conveniencia y como lo quieran. No todos lo hacen.
Disposición estatutaria, borrada del mapa de la Bienal de Sao Paulo para beneficiar a empresas, monopolios, galerías y fundaciones que compran de antemano los espacios para promover a sus artistas representados. Y cuya vigencia en Venecia, tal como ocurrió en 1913, permitió que pudiera llevarse a la bienal a un colectivo independiente, antitético de toda prerrogativa de signo elitista, excluyente o comercial: los artistas urbanos.
Lo curioso del caso es que la reticencia al envío de los artistas de calle desatara entre nosotros, en el país de origen, los mayores ataques y condenas. Al punto de que la elección incidió negativamente en el ánimo de numerosos artistas, críticos entendidos, galeristas y medios de comunicación comprometidos, todos, con el arte de artistas. El gran número de opiniones artículos y comentarios surgidos en torno a lo que se interpretó como la consagración o lanzamiento artístico de expresiones propias de vagos y malandros puso al desnudo la ignorancia de lo que ocurre al interior de las cambios que están ocurriendo en la actual visión de país, incluso en materia de arte. ¿Y a qué se opone esta nueva visión constructiva?: A la concurrencia de dos tipos de lenguaje apoyados por los grupos financieros: el arte soportado por viejas e inamovibles vanguardias (generalmente excluyentes) y el tipo de arte soportado por el poder que ve en la obra una cierta mercancía desconcientizada.
El resultado pudo verse al abrirse las puertas de la famosa bienal. Ni qué decir que el aburrimiento normativo del público que recorre paso a paso esa larga fila de obras que, sin mucho que decir que no se haya dicho antes, atiborra materialmente las paredes de las salas, está compensado, en el caso del pabellón de los artistas urbanos, por la alegría desprendida, la irreverencia de las imágenes y la pasión un tanto salvaje de acciones e imágenes desplegadas por estos creadores enviados a Venecia para granjearse con sus pares del grafitismo internacional; artistas irredentos para quienes la fortuna artística no consiste en una recompensa ni en la venta de sus productos, sino en la naturaleza misma del gesto automático y en la satisfacción de la necesidad expresiva.
Y el público añejo, el que evoca con su presencia la época gloriosa de la modernidad, disfrutó, celebró y acompañó, incluso bailando, a esos agentes de la insumisión que por un momento, en videos y action painting trasladaron sus imágenes pánicas a otras latitudes supuestamente más desarrolladas.
No debe escapar al colectivo grafitero que la trascendencia de la obra, agotada la operación de realizarla, se torna efímera; está consciente de que así como la obra puede ser tachada, borrada, sin que nada lo impida, puede estar expuesta a la intervención de otros grafiteros o al deterioro causado por efecto de la acción de agentes depredadores como los deslaves, la lluvia y, en algunos casos, la actuación de la policía.
El artista urbano tiene ventajosamente a su favor estar consciente de que construye arte efímero y de que, al final, sólo puede confiar sus resultados a una memoria reproductiva que reduce toda su experiencia, todo su desafío a los peligros de la calle, a un mero CD contentivo de toda su aventura.
Resulta admisible así que más allá de lo que depara el arte como goce de los sentidos, celebremos que estos creadores que se iniciaron como artesanos ayadores de las paredes desprevenidas, hayan devenido en tecnólogos de una crónica visual lista para materializar lo que en una
oportunidad, para referirse a las aguas que pasan
debajo de un puente, escribiera Garcilaso: sólo lo fugitivo permanece.
Venecia, una alegría pánica
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