CRÓNICA DE LINAJES
Juan Calzadilla
Cronológicamente hablando, Beverley Pérez Rego pertenece a la generación de escritores que se dio a conocer a fines de los años setenta. fue la generación que alentó sus proyectos literarios desde agrupaciones y talleres que se fundaron principalmente en Caracas, como Calicanto, La gaveta ilustrada, Tráfico, Guaire, Trópico Uno. La actividad de estos grupos redundó en uno de los ensayos de renovación de la poesía venezolana más ambiciosos que conocimos en la última mitad del siglo XX. Por una parte, se produjo con esos grupos un reclamo de mayor compromiso con la escritura y la necesidad de efectuar una revisión de valores, así como la formulación de lenguajes más explícitos en el tratamiento del tema urbano, o si se quiere más desenfadados y directos, imbuidos de naturalismo o francamente rozados por el surrealismo o por un efímero experimentalismo. También fue un momento propicio a la apertura de los jóvenes a poéticas cifradas, por no decir que herméticas, cuando no a un minimalismo de signo ontológico, que tuvo especial asiento en la abundante proliferación de voces femeninas. Las revistas volvieron a cumplir por un momento el rol que habían perdido desde Sardio, Tabla Redonda, HAA, Imagen y otras publicaciones. Por entonces aparecieron los talleres literarios como los núcleos por excelencia para la formación de nuevos escritores. Este momento apto para las convicciones libertarias y la apuesta rigurosa, para la diatriba, la continuidad y la ruptura, no pareció incidir, al menos en el aspecto material, en el trabajo inicial de Beverley Pérez Rego, ni por las motivaciones que se pusieron de moda ni por la premura con que se daban a conocer, con urgencia, los que luego devendrían en los protagonistas de una nueva vanguardia, frente a la cual nuestra autora optó por mantenerse aparte, más ocupada en su formación que en publicitarse, más en construir la forma que iba a darle a su obra que a revelarla. resistida a la tentación del éxito temprano y fácil, Beverley no tardó en asumir su propio reto: una actitud autocrítica y rigurosa, de la que, como fruto de la disciplina y la lectura, fluyó desde sí, lentamente, el lenguaje ya maduro que encontramos en sus primeros libros. Ese distanciamiento de la vanguardia debió ser vital para ella, y puede explicarse por el carácter excéntrico de una propuesta poética en la que, jugándose el todo por el todo, Beverley necesitaba invertir más del tiempo del que se tomaban los jóvenes para escribir sus libros. Vale decir, el tiempo necesario para fundar una poética con la cual, además de apartarse del patrón lírico usual en favor de un lenguaje transgenérico, llegar a conformar, de libro a libro, una suerte de saga. Una saga contada en forma de monólogo en cinco libros que tienen por temática el eterno conflicto de poderes entre lo femenino y masculino. Conflicto también entre lo profano y lo sagrado, entre la blasfemia y la sumisión, en fin, entre el deseo y la realidad. En otras palabras, el gran tema de la poesía de Beverley es el amor. Amor casual y amor místico. Transverberación suprema, en suma y resta.
Artes del vidrio es el primer libro publicado por Beverley Pérez Rego y fue lanzado en 1992 por Pequeña Venecia, un sello alternativo que, en Caracas, se ocupa de divulgar la poesía. El hecho de que el poemario esté redactado en prosa demuestra el estrecho vínculo que la poesía de Beverley mantiene con la ficción breve, con la cual debió conjugar su lirismo para concluir planteándose un género híbrido que se aproxima más al poema en prosa que al poema convencional, aunque su significación tenga mayor alcance. El «yo» despersonalizado, asumido como un colectivo, el sentido secuencial y hasta argumental del texto, distribuido en frases largas desarrolladas en forma de versículos, apuntan a una construcción que tiene semejanza, a veces, con la narración y a veces con el monólogo, sin perder nunca su condición poética.
Pero por ora parte, el recurso a lo narrativo implica en todos los libros de Beverley respeto a las formas canónicas de la construcción gramatical: cero experimentación, empleo ortodoxo de la puntuación y de la lógica causal del discurso, y sujeción en fin al ritmo interior de la prosa. no para conspirar contra el poema, sino para tenerlo presente, acunarlo, para propocionarle una textura vibrante, parecida a la de un objeto.
Por una vía distinta a la obra de José Antonio Ramos Sucre, con la que tiene más de un vínculo por el uso de un «yo» sublimado, la poética que propone Beverley como estrategia de los sentidos para conquistar al lector es de signo muy distinto a la del prosista de las formas del fuego. Este autor convierte en narración mínima el proceso mismo de escribir, otorgándole a cada texto, con sentido antológico, unidad orgánica independiente en el conjunto de un libro; Beverley, en cambio, suplanta lo que comienza por ser el amago de un relato por un conjunto de pistas que conducen a la invalidación del argumento enunciado, en beneficio del esplendor del poema, o de una épica mínima, son parte de un continuo —un constructo— en donde cada enunciado, imagen o idea explora una zona desconocida de ese gran y único lienzo temático, que es toda su obra. O la escritura.
El título Artes del vidrio podría interpretarse como una alusión, sin unidad de lugar, tiempo o acción, a la época en que nació y floreciera el vitral, es decir, durante la edad Media y el primer Renacimiento, tiempos oscuros en los cuales la vidriera que iluminaba catedrales y claustros llegó a ser el símbolo de la vida interior y de la entrega de las almas, desatadas de la prisión del cuerpo, al matrimonio con Dios. Vía mística que en la poesía de Beverley representaría —con las artes del vidrio— el camino para la emancipación de la mujer y la erección de su reino invocado y defendido desde la contemporaneidad del poema.
Artes del vidrio es el arte de los preparativos de la vida anunciada o aplazada, del acontecimiento singular que hace que la espera de la fiesta sea más alegre que la fiesta y en donde todo lo que puede llegar a ser celebración se trueca poco después en malestar del idioma, en aplazamiento del idilio, en refutación o muerte.
Los títulos mismos de los poemarios de Beverley implican un ejercicio de imaginación conceptual: desligados de toda subordinación semántica respecto al contenido del libro, funcionan como un marco alegórico destinado a atribuirle al texto una presencia solemne —como de portada catedralicia— cuyo efecto no sería el mismo si los libros solo llevaran un título convencional. Así, cada título funciona como marca o portal de templo, con una lógica propia, inflexible, tal la alegoría de una crónica velada, sin anécdotas ni personajes reconocibles.
De hecho, Artes del vidrio es un libro armado episódicamente, como suma orgánica de textos o fragmentos de un mismo tema que, a tiempo que se enlazan entre sí, generando más sentido del que individualmente tienen, rescatan para sí una significación autónoma y densa, con gran economía de palabras. Y es que para esta crónica de linajes lo importante no es hacia dónde se orienta el destino irrefutable de los personajes, sino de cuánto puede dar testimonio todo lo que ne el poema se dispara como una guerra a la cual la función combatiente comunicada al acto de escribir predispone, cual ejército de palabras.
El Libro de cetrería es la segunda publicación de Beverleý Pérez Rego. Con ella obtuvo el Premio único de la Bienal de Literatura de la Casa de la Cultura de Maracay y apareció en las ediciones de la Secretaría de Cultura del estado Aragua, bajo la coordinación de Wilfredo Carrizález. A diferencia de Artes del vidrio —que está escrito totalmente en prosa—, en este opúsculo la autora mezcla el verso libre con la prosa corrida, propia de la narrativa, cuando no está en el poema ordenado en forma de versículos, o alternándose a los largo del libro el verso y el texto en prosa, según la entonación —o grado de emocionalidad— lírica o trágica que se imprime al discurso.
La cetrería considerada como arte es de rancio abolengo, formaba parte de los placeres cortesanos que hacían de la caza practicada por los reyes y la nobleza un ritual gastronómico y un torneo cruel y sofisticado. Alegóricamente, podría entenderse la función que Beverley atribuye a la cetrería como un símil o metáfora del arte de seducir, y como lo que en este arte tiene de ceremonia o ritual en las sociedades, tal como se practicaba en los siglos pasados y como puede apreciarse en la novela romántica, en la literatura erótica y pornográfica, en la mitología, la historia, y en las costumbres palaciegas o burguesas que han sobrevivido en la cultura de hoy —el noviazgo, la fastuosa boda, el ceremonial y, antes, la seducción, la cacería de una consorte o, para decirlo con palabras de la autora, de una ave de presa: la mujer.
Así como el ave se eleva en vertiginoso ascenso tranzando sobre la página en blanco, la metáfora de lo sublime e inalcanzable representado por la unión con Dios, del mismo modo el diestro animal alado, cual hembra humana, se posa en tierra o se arrastra, en fiel sumisión al designio del amor terrestre o sagrado. La temática en los poemarios de Beverley está signada por la intención de interpolar en los tiempos. Y además todo ocurre aquí en un espacio inmemorial; el hablante se despersonaliza para asumir la voz de una femineidad anónima, guerrera, pertrechada de resentimiento, festiva y ubicua, que toma cuerpo, se escuda o combate en el poema, en su estructura transgenérica. Un designio misterioso, por no decir que trágico, alienta en esa comunicación enigmática que, así hable de dioses o seres humanos, sella el universo de esta poesía barroca, concéntrica, y por momentos irreverente.
La alusión a las aves es constante y no deja de ser revelador que el símbolo del ala pueda aplicarse aquñi, por igual, a lo celestial y a lo diabólico, dado que las alas son atributos de ambas categorías, como puede apreciarse en la hagiografía cristiana y en la herética. La mujer es el ave de presa que ha capturado al hombre. «Y así conviven en extraña alianza, que no en amistad, el hombre, el ave y la presa».
Y la aves andaban en el cielo, bravas, apercibidas y no respetaban la hidalguía. Unas gentiles, otras peregrinas, todas sin amo ni dueño, pasaban por la tierra de Francia a Coimbra, de Castilla a Noruega y otros lares de los vertederos del Sahara, y tomaban otras presas de más extraña forma.
Jugando siempre con paradojas que contradicen lo que afirma al mismo tiempo que lo niegan, Beverley trastoca elementos de la historia y los mitos, del mundo antiguo y la contemporaneidad, discurre sobre lo universal y lo antagónico para, ungida por las palabras, por la reverencia y la rebelión, instalarse en un sitio del discurso desde donde increpa directamente a hombres y dioses, en tono desafiante o condescendiente, según la ocasión. Sabe extraer de este recurso un sentido polisémico del lenguaje que escapa a la lógica de lo que se cuenta para remontar vuelo en la metáfora y concluir planteando como irresoluble, como enigma o dilema, el conflicto entre lo masculino y lo femenino. Con todo esto construye fábulas o exiemplos en la más pura tradición de la lírica castellana medieval. como cuando compara a las mujeres con aves de presa y al hombre con aves de rapiña:
…tal vez, desde sus torres, ellas aun los ven partir, y ahora se destrenzan lentamente, vuelven a sus tapices y apartan el polvo. Una sabiduría oscura se adentra en los rincones. No les diría, entonces y ahora, nada que ya no supiera: las aves de rapiña, casi siempre, son oficio de hombres. ellas lo sabían: sus armas son otras.
La fábula como parodia o remedio del discurso narrativo es una de esos subterfugios de que Beverley se vale para conquistar audiencia proponiendo un texto cuya lectura prosística se interrumpe sincopadamente de estrofa en estrofa, hasta desembocar en metáforas e imágenes que retrotraen a la práctica del método de escritura surrealista conocido como automatismo psíquico, sin menoscabo dela unidad de sentido del texto:
El desierto se cierra para tu deleite. Tanto lo has buscado: el ciego andar en pos de lo divino, del emblema de la plenitud a tu alcance, fluyendo en la distancia. en la página en blanco, el desierto se cierra: se rompen las tierras amarillas de tu rostro, el techo escupe semillas de mezcal, la palabra se enrosca bajo cactus, sacude su cascabel, y silba.
La forma argumental en la obra de Beverley se resuelve —ya lo hemos dicho— a través de un hablante en primera persona, que tan pronto asume la voz de un colectivo femenino a ejemplo del coro de la tragedia griega— como apela al monólogo para increpar, invocar o afrentar a los hombres y a los dioses, hasta erigir frente a estos la tragedia de la mujer intemporal: la que otorga la vida o la que espera por la dádiva o el despertar. tragedias, conquistas, fracasos, acontecimientos, anhelos, sueños, sufrimientos, goces y éxtasis, trazan el abigarrado mapa de todo lo que pasa por la mente de esta mujer transhistórica que, retomando la voz de su especie, para reivindicarse asume en el poema papel protagónico de progenitora y parturienta, de oferente, víctima, y que incluso asume la historia como parte de ella misma. «Por que en vida serían santas, y después, sus voces manarían de un mismo cuello, el cuello de la hidra».
Y es que para esta historia poco importa hacia dónde se orientan los acontecimientos, qué significan, de qué modo interpretarlos, lo que interesa es de cuánto puede dar testimonio todo aquello que en el papel se presenta como destino único y deslumbrante del poema. Como un final al que la función preterida por el acto de escribir pone término, cual parto de las palabras.
Todo se ha hecho para recibirlo dentro de la casa de naipes, más adentro, donde cabeceamos al rumor del fuego; las copas resbalan y son rotas, pero jamás despertamos.
Con Providencia, el tercer libro recogido en esta antología, obtuvo Beverley en 1997 el Premio único de Poesía de la Bienal «Elías David Curiel», que se celebra en Coro, ciudad donde fue publicado al año siguiente. el poemario sorprendió al jurado que le otorgó la recompensa por «la radicalidad de una palabra abismada en sus posibilidades y riesgos, empujada como una aventura de lo imprevisto hacia los atajos del recorrido de las evidencias«. Pero hay algo más, el libro toma partido, con mayor vehemencia ahora, por el papel progenitor de la creación del mundo desplazando el papel del creador de todas las cosas, el hombre-dios de la Biblia, por el de la sufrida Madre. De esta afirmación se desprende, por todas partes, en el contexto del libro, la asunción de un rol femenino de mayor riesgo cuando, por ejemplo, se trata de proteger a las criaturas dela ira del Padre, lo cual determine que este se retire al donde la bóveda celeste dejando que lo femenino reine en el espacio terrestre. providencia son todas las mujeres, mártires o gladiadoras, comenzando por aquellas en cuyas aguas, al principio del mundo, «nadaban todas las criaturas». en el comienzo del mito de la creación del mundo, la autora le asigna un fin trágico a la Madre. Su desafío le costó la vida. Después de ser decapitada, su cabeza fue expuesta en el monte Sinaí.
Listas para el sacrificio, la beatitud, la entrega o el milagro, «en ellas, por nuestra recia costumbre, no cabe la exaltación: Esta las colma, fluye de sus desagues como la sangre que derramamos».
Es por eso que l amuerte, o lo que puede ser el anuncio de ella, está siempre presente en este ritual de afectos desbocadas en que se ha convertido el poema, hasta el sangramiento de los sentidos, como bajo espadas. ¡Aya de la conjunción con el hombre, en el trueque terrible de los cuerpos, en donde estos se tornan escudos, amuletos de la suerte, tangibles, en invocaciones o blasfemias!
Si la poética de Beverley no está negada a la experiencia religiosa, y por el contrario la devela, remitiéndola al universo de la mujer trágica, o al de núcleo familiar o a la tribu, en donde habla y clama toda la especie, nada de lo que en sus poemas haga referencia al mundo antiguo, a mitos, leyendas y escrituras sagradas, deja de lado el hecho de que es una poesía vital, producida por los sentidos, surgida del proceso mismo de escribirla por medio del dictado del inconsciente o de fuerzas interiores que terminan trastocando, en el mismo orden en que aparecen, todas las referencias a la historia, a acontecimientos privados del habla. Es a través de esas imágenes que sin esfuerzo se congregan en la acción de invocar lo que permanece oculto e indescifrable en la mente, cómo el poema deja de ser un simple enunciado gramatical, para constituirse en realidad, en un invento de las palabras que se otorga a sí mismo un fin dotado de leyes propias: el poema.
Nos inclinamos a ver en Providencia un libro de revelaciones en donde cuentan más el misterio y el sentimiento que lo impregnan que el desciframiento de los códigos de una historia que por más que ensayemos desentrañarla, está lo suficientemente, y de manera secreta, casada con el poema para que nos desentendamos de los que más importa en el libro: El fulgor del lenguaje.
Coherente con la unidad temática de toda su obra, Beverley Pérez Rego publicó su poemario Escurana. Aquí también se presentan los rasgos que comunican singularidad a su propuesta poética. La otredad del «yo» hablante, representado por un personaje colectivo, el recurso a un monólogo inspirado en la tragedia, las asimetrías de verso y prosa y la función transgenérica con que se permite deconstruir el poema en partes líricas y partes dramáticas que rozan la ficción breve, o la especulan. Sin embargo, a diferencia de sus otros libros, Escurana está redactado en su totalidad en verso libre y aborda con sentido más realista o pragmático un solo tema. Podría definirse como un canto al esposo, entendiendo a este como potestad que resume en sí no solo al amante, al patriarca, al hombre en su dimensión histórica y hasta al dios pagano del canto. Pero también, de acuerdo con la fórmula panteísta de Beverley, el personaje que habla en su poema no es la mujer dominada, sino todas y cada una de las mujeres rendidas a los pies del macho, redimidas, glorificadas o sublevadas. Pero el poema no es, desde luego, un reconocimiento sumiso y resignado, que escape al resentimiento y refutación expresados en sus otros libros. El mito de Isis y Osiris, como antecesora a la figura de Cristo, sirve como marco conceptual del libro, eje de donde brota su imaginería. Sus «armas» son una afinada ironía y un marco erótico extremo. Quizás sea este el verdadero argumento del poema:
Cuando cabalgues lejos / Yo seré tu silla de plata
Y haré un claro en la noche.
Tus mujeres tendrán tus hijos, / Tus caballos tendrán miedo, / Tu hermano te tendrá envidia, / mas yo seré tu amuleto.
Te echarán mal de ojo, / Te pondrán bocabajo / Y amarrado, / Mas no habrá bruja que te dañe / Que no sea yo.
En Grimorio «libro inédito hasta el momento de su inclusión en esta antología— podrían encontrarse ciertas claves para establecer la ilación y el sentido más oculto de la poesía de Pérez Rego contenida en sus libros anteriores. Menos cifrado, más abierto a la comprensión del lector, el poemario aporta una connotación en donde las figuras del padre, la madre y las hijas, despojados por un momento de sus envoltura mítica y de la entonación sentenciosa propia del discurso tribal o sagrado, parecieran aproximarnos a una lectura confesional del texto y, por decirlo así, ambiguamente autobiográfica: testamento conclusivo al final de una saga donde todo sigue un curso transtextual e independiente. Aparte de abordar una temática menos subordinada ahora a la diatriba entre lo masculino y lo femenino, se podría decir, haciendo honor al título del libro, que en Grimorio se impone una reflexión sobre la escritura. A través de la escritura se hace descifrable la condición humana. En este sentido, tropezamos aquí con la única poética francamente explícita respecto a su obra que de nuestra autora conocemos.
En ella se dice que la poesía es una orden terrenal, no un don o mandato acordado por los dioses (Platón) puesto que es voluntad en acción, ante la cual, si la poesía no se revelara por sí misma, «nos arrodillaríamos rogando que no vuelva», «Mas si la tienes —se dicen en el texto—, te mata. O te hace más esclavo». La paradoja no se resuelva porque «La maciza lucidez del poema se paga en vida, con un espinazo débil, con demencia». No siendo un don, ¿cómo es que la poesía se construye por voluntad de ella misma?
Grimorio, según Beverley, es «el libro de las sombras», el libro escrito con el cuerpo de ese hombre, y haciendo parte de este para que se comprenda que del designio, cuando se escribe, es aprender de los errores propios». Lo que quiere decir que el proceso de escribir avanza con la mano y se constituye con lo escrito de donde manan, casi por el esfuerzo mismo de decirlas, las palabras justas y necesarias del poema. y es así porque, al igual que se rebela contra las injusticias de la historia y de sus sistema de dominación, la autora se rebela contra la razón pura para que, al producir su obra, lo desconocido (l’inconnu, Rimbaud) se entregue como el flujo en donde todo lo que se dice se pone de manifiesto sin ningún esfuerzo, por revelación.
POESÍA ES VOLUNTAD.
Es cierto:
No es hilera de vocablos sentados cómodos sobre el intelecto;
No es sapiencia intimidante, ni sollozo de vida parcelada-
No apela a la inteligencia, ni busca seducir.
No es una idea.
Es una orden.
Si la tienes,
Ni el más alto destino te salva.
A veces nos arrodillamos y rogamos no venga-
Mas si las tienes, te mata,
o te hace más esclavo.
es el punto negro antes de la ceguera,
el arte negro, la más negra de las artes.
La maciza lucidez del poema se paga, en vida,
con un espinazo débil
con demencia.
No se negocia con ella.
se vive a pesar de ella.
La poesía, créeme, no es un don,
es voluntad.
—————————————————————————————————————————
Título: Poesía reunida
Autora: Beverley Pérez Rego
Año: 2006
Editorial: Monte Ávila Editores
Páginas:
Imagen de portada: Danzando con lechuzas, 2006, Marly Quintana Belisario, imagen digital