Despedida a Armando Rojas Guardia

Armando Rojas Guardia
8-09-1949/9-07-2020

 

La muerte de Armando Rojas Guardia (1949) despoja a la poesía venezolana de uno de sus actores más lúcidos: guía y pedagogo de la escritura poética y quizás el de mayor rendimiento en la tarea de formar nuevos valores con que contábamos en nuestra poesía, y a la que había entregado todas sus  energías, durante casi tres décadas. Independiente y de espíritu antigregario y rebelde, Armando militó eventualmente en los grupos que contribuyeron críticamente a construir una apuesta combativa y vanguardista en la nueva literatura, como fue el caso de los grupos Tráfico y Guaire de los años 80.

Armando ayudó también a fortalecer teóricamente al grupo «Calicanto» y su revista que dirigía nuestra Antonia Palacios. Católico confeso y polémico, ensayista y lector contumaz de los clásicos de la teología cristiana, el talante místico que embargaba a Armando parecía no entrar en conflicto con la libertad con que se entregaba al  magisterio y a una  poesía directa,individualista, sensual, atípica y testimonial del ámbito urbano y fraternal en que transcurrió su apasionante vida en Caracas.
Entre sus principales libros de poesía se encuentran: Del mismo ardor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), La nada vigilante (1996), El esplendor y la espera (2000), Patria y otros poemas (2008). En ensayo El Dios de la intemperie (1985), El calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991), El principio de la incertidumbre (1994), Crónica de la memoria (1999) y La otra locura (2017).
POESÍA
Hecha de costras,
de imágenes náufragas,
convexas,
refractarias como un vidrio ciego.
Hecha sólo de bruma y polvareda.
Opaca vanidad, interponiéndose.
SIGLO XX
Esta noche
al pasear por la avenida
de pronto
detrás de la funeraria
iluminada S E R V I C I O   D E  C A P I L L A S
se veía claramente un escritorio,
se adivinaban los papeles
(contabilidad y recibos)
La Estigia de color de cheue.
Caronte vestido de flux.
La Danza de la Muerte
(¿qué se fizo el rey Don Juan?)
alquilando su cadillac lustroso
para entrar, tocando la corneta,
en ese inapelable, último polvo
de un archivo en la oficina.
LA PASIÓN DE LA LUZ
 La pasión de la luz sufre las cosas,
agoniza mostrándolas desnudas
cuando ellas no quieren delatarse
 (por eso la aflige el peso que le opone
 la gravedad oscura del volumen).
Le duele la luz el tiempo y de puntillas
ilumina una pared de la memoria
cuya cal entonces nos deslumbra
con un sudor vetusto, con las lágrimas.
La historia es el padecimiento de la luz,
el mito que nos cuenta su infortunio.
Y hoy le observo la prisa de esconderse
—detrás de la cortina, junto al zócalo,
oculta por las patas de la mesa
o cóncavo en mi mano, que ahora escribe—
crucificada por la noche y convencida
de la dulzura atroz de su batalla.
“… el momento más duro para un ateo
es aquel en que se siente agradecido
y no sabe a quién dar las gracias”.
                                          G.K. Chesterton
No buscados, hoy amanecen
el pan sin el soporte de la mesa,
el agua regia sin el vaso,
el árbol sin las letras que lo escriben o pronuncian,
el pájaro puntual en la ciudad dormida.
La lluvia pisa la grama y resucita
vírgenes perfumes. La cal nueva
fulge en la pared del campanario
donde el domingo me convoca.
Ese trozo de musgo en el asfalto
me recuerda que el Mundo, subversivo,
derrota a la Historia finalmente. Y con él,
vence este día, cabal e impronunciado,
redimiendo en su fasto la basura
acumulada ayer sobre la acera.
Hay asueto en la entraña del silencio
y hasta las motocicletas braman hoy
en el vacío festivo, como un circo
de animales prehistóricos jugando
en la infancia silvestre del oído.
La calle de siempre es otra calle:
una estampa escrita por detrás
en la caligrafía primera de la luz.
No hay mariposas, pero en cambio
los ojos de aquel perro, bajo el porche,
agradecen, acuosos, el sol tibio.
Me miran ignorando su dulzura
en la extática plegaria del instinto.
¿Cómo cristalizó el mito de esta hora
en el ateísmo líquido del tiempo?
Alguien dibuja el día por nosotros.
Alguien me ama hoy, secretamente.
Oralidad y compromiso en la poesía de Blas Perozo Naveda, por Juan Calzadilla
Publicado en Homenajes y Despedidas.

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