UNAS PALABRAS PARA JUAN
Ingrid Chicote
Busco un viejo cuaderno de apuntes: 8 de mayo de 2010. Ese fue el día que conocí a Juan Calzadilla. Fue en la Biblioteca de Cagua. Me senté en la larga mesa dispuesta para quienes asistirían al taller y él llegó del brazo de Astrid Salazar. Para mi sorpresa se sentó a mi lado derecho. Y comenzó enseguida a hablar con nosotros. Nos habló de Juan José Tablada.
Nos dijo que la poesía necesita cierta posición reflexiva. Nos hizo un acercamiento al Autorretrato de Paul Eluard, poeta con el cual trabajamos.
Nos explicó que las palabras no son suficientes para armar las cosas y que la
experiencia se hacía muy difícil para poder explicar porque la explicación de un poema termina con la explicación del poema. Luego nos habló del automatismo psíquico. Nos dijo que era necesario realizar asociaciones libres y asociaciones controladas para la construcción del texto poético. Esto reforzaría la forma de expresión:
—Que no haya control de la mente mientras se escribe. El pensamiento poético es
mágico, es un impulso que hay que dejar en libertad para que eso que sale siga su ritmo.
Mientras daba instrucciones y recomendaciones para escribir nos hizo algunas reflexiones como que «todos en esta sociedad estamos inhibidos, cohibidos porque hay mecanismos represivos internos». Que no estamos inspirados todos los días pero se puede lograr un método para escribir todos los días. Nos habló de Aime Cesaire y nos dio el epígrafe de Eluard: Un millón de salvajes / se disponen a combatir para que nos dejáramos llevar por esa idea.
Escribí tres textos:
I
Salvajes las horas
en las que la muerte
como la furia de los ríos
disuelve la píldora
de las barricadas
y me ubico en las montañas
para combatirme
de luna menguante
entre las fuerzas extrañas
de navajas y cuchillos
piedras
palabras
salvajes
II
Abismo de agua
Donde me baño sin rio
Sin estatuas ni casa
Mar abierto
Bulla
Ritmo
Salvaje hemisferio de las horas
III
Las máscaras cubren los rostros
ubicados en la nada
Toma la lanza
para arrojarla al vacío
trata de acertar
en medio del corazón
a quienes salvajemente
se encierran
en los misterios.
Me puse muy nerviosa cuando dijo que había que leer lo que habíamos hecho en voz alta. Comenzó de izquierda a derecha así que quedé de última. Leí y me miró. Luego lanzó muchas palabras sobre la mesa. No fui diestra en ese ejercicio. Entonces se refirió al absurdo como forma de construcción. Me habló de construir textos desde el absurdo. Y luego me dijo con seguridad:
—Tú escribes ¿verdad?
—Sí… – le respondí tímidamente. Creo que se me iba a salir el corazón por la boca…
Sin cruzar una palabra tomó mi cuaderno y escribió su correo: calzadillaju
an@hotmail.com. Y luego me dijo seriamente:
—Mándame todo lo que tengas. Me interesa.
Lo pensé por varios días. Le mandé entonces un libro: La ruta de los ancestros. Le escribí que no estaba segura si ese libro era un buen libro, que tenía dudas porque no sabía si se trataba de mis afectos, de mi visión personalísima de la familia, de mi honra a ellos o tenía algo que pudiera ser una lectura universal como libro de poesía. Que no le iba a mandar más nada porque sólo necesitaba que me despejara las dudas con ese libro. Y fue entonces cuando puse
su nombre en Google. ¡Qué sorpresa me llevé! Y me dije:
—No esperes respuesta Ingrid Chicote porque este señor está demasiado ocupado como para andar leyendo esas tonterías tuyas…
Olvidé que le había escrito. A los 22 días recibí un correo suyo:
Hola Ingrid:
He leído tu libro. Es un libro fundador. Por favor preséntate en la Editorial El Perro y la Rana. Tienes editor. Se llama Elis Labrador. Será un libro Fuera de Colección. El jueves a las 10 a. m. te espero allí. Trae todos los documentos y fotos que son los soportes de tu libro.
Juan
Creo que me iba a morir. Me dio ansiedad. Me puse a llorar. La ruta de los ancestros sí era un libro. El jueves salí a las 5 de la mañana de Villa de Cura para llegar a Caracas a la hora. Tomé mi caja llena de fotos y documentos viejos y me presenté en la Editorial. Llegué y me preguntó:
—¿Comiste?
—Sí, claro…
—No seas mentirosa. Estás pálida. Ven.
Y me llevó a la cafetería cercana al Ministerio de Cultura.
—¿Quieres una arepa?
—No. Yo quiero un café bien fuerte. Eso es lo que quiero. Dentro de mí pensaba
¡Cómo voy a comer algo! ¡Será para que me dé un yeyo!
Tomé el café que me brindó e inmediatamente me dijo que subiéramos que nos estaban esperando. Él estaba fascinado con ese material y con mi cara de haber descubierto al mundo.
Me dijo que había resguardar esas fotos en una caja negra, no exponerlas a la luz y que se las llevara a Vasco Szenitar. Era demasiado para mí. Todavía pienso en mostrarle las fotos a Vasco Szenitar. Ese día sentí que podía morirme en paz. No solo por la promesa de publicación de La ruta de los ancestros sino por haber pisado una editorial y que se asomara la posibilidad de que esas fotos las curara Vasco.
Al año siguiente fue publicada La ruta de los ancestros. No como él hubiera querido: con una tapa dura con las fotos sobre la portada… No era el libro que él tenía en la cabeza. Pero igual se alegró de que saliera. Estoy segura de que si hubiera sido el libro que él tenía en la cabeza, se hubiera agotado más rápido aún. ¿Cómo no agradecer a la vida haberme topado con Juan Calzadilla?
Si hay quien crea en las casualidades, mi padre cumplía años el 8 de mayo. A veces pienso que me empujó para que asistiera a ese taller porque sabe, donde está, lo mucho que me cuesta salir de casa.
Juan Calzadilla es un maestro, un creador, un hombre irreverente, un ser humano sin egoísmo, capaz de darnos la oportunidad a muchas personas de salir a la luz, un artista integral que nos reconoce. Un hombre comprometido con el arte, con la convicción de que el arte mueve la fibra sensible de la humanidad, esa fibra que nos lleva a transformar la realidad. Sólo la belleza salva. El arte, desde la propuesta colectiva en el Techo de la Ballena, puede transformar a la sociedad. Me honra haberlo conocido, me honra que me haya mirado sin
egoísmo, con amplitud y con esa disposición de reconocer a todas las voces que, como la mía, ya no pertenece a los anónimos. Gracias por siempre Juan.
Ingrid Chicote
A los 8 días del mes de mayo de 2020, en La Villa de San Luis Rey de Cura
#Los90deCalzadilla