¿Cómo se llama la poesía de Juan Calzadilla?
He leído hasta la última página (que está lejos del punto final) las especulaciones en que todos nosotros (incluyéndome) nos hemos entretenido para calificar el arte de Juan Calzadilla, obligándolo a confinarlo (y sin concederle las más de las veces ni la más estrecha hendidura) en las decimononicas soberanías calificadoras, como el de separar sus creaciones plasticas (su anecdotario escondido tras el trazo y el «continuará» y su dictum de imágenes y disertaciones) de la reflexión para-poética o para-filosófica, me atrevo a arriesgarme, o si no, de una lógica cuya proposición interviene en juntamiento con el trazo, el sofisma, el argumento, la valoración de lo estético y lo literario y su especulación, sin que en todo ello la poesía y su señorío romántico (por patético), simbolista o de lirismo puro ( por modernista) intervengan en las invenciones catalizadoras que hoy se abren paso hasta el hartazgo.
En suma, lo que pretendo explicar(me) es que siempre nos resulta retorico (vano, no convincente) encerrar bajo llave la escritura del poema de Calzadilla dentro del exclusivo calificativo de su poesía, extrañándola de su prosa crítica, valorativa, su crónica, sus silogismos, su escritura plástica, imbricada toda ella dentro de una totalidad que hace de perfectibilidad un absoluto, un ars poético invasivo. Es decir que esta obra consiste en una fenomenología que le es propia donde caben todos los géneros literarios, culturales, en suma.
Mucho, por ejemplo, del ser de Dictado por la jauría y Oh smog pervive en las figuras del dibujo y las siluetas que transitan sus historietas o sus animalancias henrimichoanas.
La generosidad, el entusiasmo por la obra ajena, forma también parte de su invención creadora. Juan ha creado una lengua, un idioma del arte de pensar y sentir la poesía y la poetisación de su conjuro a través de su aprehensión y el enjuiciamiento de su emoción, su utopía, su vieja utopía: conmovernos. Y nos lo advierte, no para negarla: para salvarla.
En fin, que es insustancial cercenar las creaciones de Juan Calzadilla con el cuchillo carnicero de lo fragmentario. Ella significa una ética y más que una ética, una ética practica para abordar el mundo de la apariencia y de sus catalogaciones sociológicas, gustativas, morales, escolares y hasta religiosas. Su creador nos invita a frecuentar la cultura no como historicidad ni como estética, sino como conjetura, como ironía, como humor, sarcasmo, drama o comedia pero siempre desde la postura de un increyente, un santo Tomás de las literaturas y las estéticas: un ver para descreer.
Luis Alberto Crespo
#Los90deCalzadilla
De izquierda a derecha: Gustavo Pereira,
Luis Alberto Crespo y Juan Calzadilla en la
Feria del Libro de Venezuela 2019 (Filven 2019)