Juan Calzadilla y su armario de palabras, por Enrique Loyo

En su cumpleaños número 90

16 de mayo de 2020

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JUAN CALZADILLA Y SU ARMARIO DE PALABRAS

Enrique Loyo

  Junio de 2003

 

Quien trabaja con latón, pintura, fresadoras, hierros en general, aluminio y plomo, adquiere propiedad sobre los materiales y los instrumentos que maneja, y sólo estos le dan legitimidad de latonero.

El sonido, la maleabilidad, la resistencia, el frío el calor para la fijación, el trato para con quienes solicitan el servicio, el silencioso tiempo para los acelerados, la dura tarea de cobrar sin ofender, la premura, al mismo tiempo, en llevar comida a casa, tal vez la sombra de otra mujer, la mugre personal por el oficio o para el oficio mismo, la angustia de no perder los clientes y cómo hacer con la tentación de robarse un faro, la cuestión de los hijos que se van, soldar y soldar e ir perdiendo los ojos, dormir alucinado por el trabajo, herir la noche de la compañera por estar soñando con una pata de cabra, no es posible que difieran del poeta que no tiene embarazos en fotografiarse con una cerveza y una buena cara de enratonado.

Entonces estamos hablando de dos orfebres, estos magos que trabajan las otras cosas de la naturaleza, también con otros lenguajes y padecimientos.

Ya son tres identidades o deidades que van en los mismos vagones del mismo tren hacia a EL ENCANTO… Los tres pensando cómo imaginar, cómo mover las manos para la próxima entrega.

En lo más alto o lo más hondo de sus meditaciones y de sus mediaciones aparece un cigarrillo consumiéndose en una boca oscura, oficiante, como cercanía del éxtasis, terminando de madurar un suave añejo que ya tiene acritud de pimiento.

Cada uno empieza a atender a los miembros de su cohorte, a insultarlos en secreto, a ubicar a cada quien en su gavetero para las cuentas del otro día. Sin embargo, el trasfondo les mueve el espejo para indicarles cómo armar miles de formas con las mismas cosas sin salir de las cosas mismas; cómo el arte es cuestión de espejos.

Los que danzan son mudos pero hablan en otras dimensiones del lenguaje. Inducen a la desnudez, al acoplamiento perfecto consigo mismos, la disciplina de la armadura para provocar la muerte de todo lo accidental en su ser. La ligereza, la levedad del danzante, en nada dista de la condición del poeta que también ha elegido un laberinto sonoro y debe saber moverse e improvisar sobre la punta de sus pies.-..y no hay regreso. También para estos oficiantes la salida está lejos. Todos tienen un diario, un “notario al garete” y vienen del Smog de esta sola ciudad en que se ha convertido el mundo.

En Juan Calzadilla, como en la Casa Santa Rosa, de Coro, cualquier pudiera ser la primera de las cien ventanas por donde asoma. Todas imprevistas.

 

Ninguna fascinación mayor que este laberinto del tren caprichoso del arquitecto, del general o del vagonero de CAÑO AMARILLO… y usted libremente pueda sentarse a imaginar y a viajar con un latonero, un orfebre, un archivador, o con alguien que danza en su mudez.

Este poeta asiduo al aforismo y a la sentencia, deja que los instrumentos de su labranza se armen solos y él observa sin juicio. Conoce y por lo tanto discrimina. Deja que las palabras suenen ellas mismas y él determina cuál es su malabarismo.

El sólo las lleva a la alcancía y en algún momento las sacude para lograr otra armazón.

El respeto se une al azar y arroja sobre la mesa las cartas fermentadas. Comienza entonces a escribir al garete, sin los barrotes de la ”cárcel de mi viejo cuerpo”, es decir, desde su solitud, adánico e imperecedero.

La homilética del automatismo en la escritura deviene en sus textos sin impostura alguna, a conciencia de que una señal no obliga el camino. Es la inducción a otra realidad. Más que predicamentos, son exigencias, instrumentales de su taller itinerante. Escribano de paso, parece hacerlo irreverente con los giros idiomáticos. Los trabaja más bien , como referentes expresivos. Golpe certero de latonero, les abre posibilidades siempre nuevas, como materia sónica que son.

Dice de las palabras que “no hay más mundo que el que ellas mismas convocan”. Para él la poesía no tiene autor. Ella está ahí, en las cosas mismas, en sus sustantivos (como buen oidor de Huidobro). Nada más propio para juzgarse que el título de uno de sus poemas: “Poesía objetualista”.

Creo que el poeta pretende abrir una nueva holladura en la extensión milenaria de la poética, tras respirar desde el lejano surrealismo en los intentos renovadores de “El techo de la ballena” junto a Dámaso Ogaz. No un intento caprichoso sino toda una disciplina de trabajo para dar una salida al tempestuoso aliento de los años sesenta.

Juan Calzadilla sale a la intemperie como Reverón, con ingenuidades diferentes. No importan los argumentos sino las formas de la informalidad. Lanzados a la crítica, cimentaron allí su propiedad. Propuesta o no, en el fondo de sus obras existe una pedagogía del uso de los materiales…dos pasajeros más en el tren de EL ENCANTO.

De las tribulaciones de la ciudad van a saber de las lloviznas y el verano, del “cascabel de los aleros” y los patios, precisamente por ese arte de respetar el objeto, el nombre y advertir allí la belleza insista. El secreto está en “avanzar solo a lo largo de mi mismo”.

Hay otro conducto, común a los que tienen oficio, el que baila, el tornero, el ceramista, el pintor…todo el que vive en el taller y lo hace su diario. También al poeta le asiste la necesidad del humor oxigenante para el equilibrio en medio del bullicio. Los nervios no pueden descuidarse cuando se viene de noches atareadas en la escritura, porque el desgaste físico se le debe a la perfección de la obra. El humor es como la puerta del baño a medianoche, el esparcimiento sin testigos. No importan las ajaduras del cuerpo. El día es siempre para recién llegados. Es imperiosa la condición andariega del poeta, el emplazamiento “a seguir dando vueltas en una esfera gris”.

Este largo recorrido del Oh smog, el sentido de polución, el apuro “por error de ubicación”, mula huida de la ciudad y por lo tanto a la huida de si mismo. Es imperiosa la condición andariega del poeta, el emplazamiento “a seguir dando vueltas en una esfera gris”.

Su condición salvadora es la espera por la espera misma. He aquí su pedagogía de inducción a la contemplación: ser poeta al lado del objeto. Ser guardián de su acompañante es lo salvador de la identidad de ambos: “Cuídense los poetas de los sentimientos explícitos que a lomo de la realidad cabalgan de nombre en nombre y apellido en apellido codeados con las cosas que sólo por ellas mismas pueden ser llamadas”.

Mas allá de las cincuenta paginas el poeta deviene en frescura. Se supone ya deslastrado de la multitud, de los edificios, de los asaltos y muros. Los elementos del bosque,”ramas inquietas, caracoles, el chorro y su pedestal, las cigarras, “la charla del plumaje”, conceden al poemario la otra posibilidad desde las mismas palabras. La visión de la ciudad desde lejos, sus elementos emparentados con enjambres, barcos, el vacío, lo regeneran en su oficio inicial.

Lo sustantivo no se desvirtúa y lo reitera la obra en la soltura como ha sido escrita. Hay una parquedad en su adjetivación que no permite desbordamiento de la palabra misma. Sería en todo caso una delgada capa protectora. No hay excesos. La conciencia de la posibilidad de caer en el error no es común a los del oficio y le concede mas que respeto, una credibilidad fundamental.

El juego de armar entidades nuevas con los mismos signos, es su propósito por arrasar con la escritura lineal y esquematizada. La irreverencia no es tal sino una sacudida a los desprevenidos en la tarea.

La búsqueda es mas un propósito de localizarse, encontrar un sitio en la mente que testimoniarse desde el efímero paisaje o las fútiles conversaciones de los pasajeros del tren.

Él y su asiento son una misma cosa mientras lo ocupa. Es el detenimiento necesario para quien viaja en busca de sí mismo.

En todo este trayecto sobreviene de nuevo el sonido, el golpe del latonero, el olor a pintura, la mugre de oficio, el taller mudado a la interioridad.. su poética no es detonante sino beligerante. El armario de sus palabras no van por calzadillas sino por las corrientes libres de su río.

Video homenaje 90 años Juan Calzadilla-Fundación Museos Nacionales
Publicado en Juan Calzadilla y su armario de palabras (cumpleaños 90).

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