El techo de la ballena (1961-1969) fue un grupo con motivaciones artísticas y políticas inscrito en las vanguardias venezolanas de los años sesenta. Sus actividades se desarrollaron principalmente en Caracas. Es definido por algunos críticos como un grupo con propósitos revolucionarios y medios multidisciplinarios. El grupo estuvo conformado por artistas plásticos, escultores, narradores y poetas.
A continuación un listado de sus principales operadores:
Daniel González, 1934
Daniel Gónzalez, pintor, editor y escultor, es el diseñador oficial de El techo de la ballena y su máximo cronista. Su ojo es, de todos, el más experimentalista y apto para realizar toda clase de cruces con otros lenguajes como el ensamblaje, el collage, la escultura, la instalación y la fotografía, género este último dentro del cual cumple rol de pionero del nuevo reportaje latinoamericano a través de la invención de una poética que traspasa y va más allá de todo realismo social.
Carlos Contramaestre, 1933-1996
Conocido como el Gran Magma, Carlos Contramaestre, médico, poeta y pintor, instaura la dialéctica del gran jugador y maestro de ceremonias para quien la sátira y el discurso puntual están mezclados a punto de explotar. Es el autor de la más explosiva de las muestras: El Homenaje a la Necrofilia, de 1962, fiel respuesta a la violencia del Estado, propiciatoria del caos de huesos de reses descuartizadas que transforman el matadero de Jajó, estado trujillo, en el taller donde el pintor elabora su dantesca hermeneútica.
Caupolicán Ovalles, 1936-2001
Narrador y poeta, aporta junto a Contramaestre los símbolos, el nombre y el himno de El techo de la ballena y se convierte en un perseguido del régimen que aprovecha su exilio de Bogotá para escribir el más escandalosamente político y cómico de los libelos: ¿Duerme usted, señor presidente, presentado en las ediciones del grupo en 1962 y ejemplo para la irreverencia de la poesía que vendrá.
Francisco Pérez Perdomo, 1930-2013
Este abogado y poeta, narrador y transgresor de la lógica del lenguaje crea un universo personal en el cual prevalece más la diatriba de los personajes y las tensiones de lo real que el argumento que él sabe trastrocar con la mayor libertad para abrir una ventana a las pesadillas en su libro Los venenos fieles, lanzado en 1963 en las Ediciones de El techo.
Juan Calzadilla, 1930
Es el prevaricador de los balleneros y el teórico puntual de la nueva pintura que rompe lanzas contra los estilos geométricos puestos en el banquillo por el informalismo. Su poema Dictado por la Jauría, de 1962, lanzado por las Ediciones de El techo, abre un expediente de ruptura y evidente adecuación de situaciones narrativas de tenor existencial vividas por un ciudadano anodino y expresadas con una violencia hasta ahora desconocida en la poesía lírica.
Adriano González León, 1931-2008
Narrador y panfletista, no se contrajo al lenguaje para el cual mostraba una sensibilidad singular: el cuento y la novela, sino que hace uso de él para ensayar una investigación de las basuras que da por resultado los más encendidos y llameantes manifiestos de El techo de la ballena y a su importante esperpento surrealista Asfalto-infierno, ilustrado por Daniel gonzález.
Dámaso Ogaz, 1924-1990
Poeta, narrador, diseñador y fundador del mail@art. La llegada de Dámaso Ogaz a Venezuela en 1967 fue como su declaración de pertenencia a este país del cual nunca volvió a salir. Él fue como el abordaje clandestino de un subversivo de mayor experiencia que entregaba a El techo de la ballena, además de su ingenio de diseñador, su obra imaginativa mayor, de la cual él mismo fuera editor y máximo y masivo difusor.
Efraín Hurtado, 1934-1978
La obra de Efraín Hurtado se sitúa más allá del puro relato autobiográfico y del tono introspectivo en su trato con el lenguaje para revelarnos una atmósfera de insidiosa violencia que nunca hubiera podido expresarse mejor que habiéndola él mismo experimentado personalmente, como sucedió.
Edmundo Aray, 1936-2019
Economista, narrador, poeta y cineasta, fue el personaje que El techo necesitaba para sobrevivir, pero también fue el armador del juego de las contradicciones, y el líder y obrero de la empresa de empapelar con ediciones de todo tipo el cielo de Caracas: un verdadero francotirador. Su brillante actuación al frente del grupo hizo posible que la Ballena existiera hasta 1969, cuando ésta se presentó ahora bajo el formato de la revista Rocinante y Edmundo como a un subversivo cineasta.
Salvador Garmendia, 1928-2001
Novelista, ensayista, Salvador Garmendia fue de los narradores venezolanos el que de modo más incisivo trató el tema de las escatologías urbanas en que tanto insistieron los balleneros. Los pequeños seres,(1958) su primera novela, con que se da a conocer, revela una premonición temprana de esas motivaciones que le suministraban pasaporte para que sus antiguos compañeros de Sardio, ahora en El techo de la ballena, hicieran de él a uno de los más activos colaboradores de sus publicaciones.
EL TECHO DE LA BALLENA:
PLATAFORMA DE UN NUEVO TIEMPO
Juan Calzadilla
La creación de El techo de la ballena ocurrió en un momento en que las vanguardias plásticas alcanzaban en Venezuela un clima tenso e insoportablemente hipócrita. El hecho de que en el grupo militaran pintores y críticos de arte precipitó aún más, a través de manifiestos y exposiciones, la alianza de la literatura y el arte para propiciar un resultado que nunca hubiera llegado a un punto tan candente y radical si cada disciplina hubiese marchado separadamente, o si no se hubiesen complementado de la manera en que lo hicieron. La integración de ambas manifestaciones, literatura y arte, puede apreciarse desde un primer momento en el lanzamiento del grupo en marzo de 1961, a través de la exposición Para restituir el magma, cuya intención, más que mostrar obras, aun si fueran de signo experimental, fue provocar un escándalo. Un escándalo a partir de la declaración a la prensa de un supuesto robo de cuadros de la exposición producido justamente antes de la inauguración de ésta.
Los almanaques no registran todo lo que puede decirse acerca de / la ballena / es el hombre cósmico exigiendo su grito / es un gesto / es una actitud. / El techo de la ballena / al igual que los cantantes de moda gozará de una extraordinaria / popularidad. El techo de la ballena reina entre los amantes frenéticos / dueño de todos los tambores y de una reconquistada materia.
(Fragmento del Manifiesto del Primer Rayado, 1961)
La idea metafórica que se perseguía con este dictado automático escrito a varias manos era desmontar de su pedestal oficial a las corrientes que en ese momento se decían de vanguardia para mantener su hegemonía en el status y seguir disfrutando, tal como lo venían haciendo, de las prebendas y recompensas que recibían a cambio del compromiso de entregarse incondicionalmente al sistema.
El precedente de aquella alianza de literatura y arte fue el salón que con el nombre de Espacios vivientes organizamos a fines de 1959 en Maracaibo con la colaboración de lo que sería después el grupo 40 Grados a la sombra, de Josefina Urdaneta. Allí se echaron las bases del informalismo o pintura de acción, en cuyo movimiento participaron también los artistas que luego tomarían parte en las actividades de El techo de la ballena: los pintores Daniel González, J.M. Cruxent, Fernando Irazábal, Perán Erminy, Gabriel Morera, Ángel Luque, Gonzalo Castellanos, Gabriel Morera, alberto Brandt.
La intención de El techo de la ballena fue introducir en la dinámica de ese momento de efervescencia un foco creativo de tal magnitud que, aparte de revelar una estética propia, como la que se imprimió al diseño de libros y catálogos, se desbordó para llenar espacios y galerías que compartían enteramente el espíritu de El Techo o que surgieron adscritas a éste, como fueron la Galería Ulises y la Galería de El techo, esta última inaugurada en 1965 con una gran exposición de Roberto Mata y la presencia de este gran agitador surrealista en Caracas.
En las artes plásticas, cuando el abstraccionismo geométrico parecía llevar la pintura nacional a un callejón sin salida, apoyado en la complacencia oficial y comercial, los pintores de la Ballena propusieron la apertura hacia un arte nuevo donde la experimentación, la fuerza instintiva y el riesgo fueran cauces candentes para revitalizarlo. Igual reacción se levantó en armas contra la expresión que trampeaba con imágenes de cloacas y de cerros para complacer gustos pequeñoburgueses, traicionando la altivez del compromiso que se decían asumir para favorecer un nuevo compromiso, tal como se dice en el manifiesto antes citado.
La más alta llama explosiva se produjo en el Homenaje a la necrofilia, en donde un pintor tovareño criado en Valera, Carlos Contramaestre, se jugaba su propia carrera en la búsqueda afanosa, a través del humor negro y el desprecio absoluto de los cánones, de una contaminación conflictiva. Se puso en tela de juicio el gusto, el aura de la responsabilidad del artista, la cual en fin de cuentas, aun con una obra cumplida sólo conduce a la huera satisfacción de haber llegado.
Es ante un espectáculo semejante que los poetas balleneros, en la necesidad de investigar un territorio negado a nuestro exceso de cordura, no vacilaron en proponer las difíciles confrontaciones, sin que nunca se haya pretendido hacer un código de ello, porque ciertas zonas y materias de la realidad no habían sido tocadas en virtud de la pacatería y el ruralismo mental de nuestros llamados poetas.
En El techo las especificidades parecen resistirse más a las trampas que la narrativa tiende a todo poeta, y así vemos que Francisco Pérez Perdomo, Carlos Contramaestre, Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Dámaso Ogaz y Efraín Hurtado, consagraron sus manes casi exclusivamente a la actividad lírica salvo en ocasionales incursiones narrativas, no muy seguras de sí mismas, en los casos de Edmundo Aray, Juan Antonio Vasco y Caupolicán Ovalles.
El Nadaísmo y El techo de la ballena fueron agrupaciones contestatarias surgidas casi simultáneamente en Colombia y en Venezuela en medio y como expresión de violentos cortes históricos y rupturas que sacudieron a las estructuras sociopoliticas y a la cultura de ambas naciones.
A partir de los años sesenta —escribió Jotamario Arbeláez— toda América fue una gran conmoción poética. Cuba era un foco de soles sobre la esperanza del hombre nuevo. En todos los países se fundaron movimientos y revistas que llevaban los aires de la renovación del lenguaje y la atronadora sensibilidad del momento, que era este siglo. Así se dio en Colombia y en Venezuela, este país que amamos tanto como si parte de él fuera nuestra, ese milagro de la expresión contestataria, con toda la violencia de un humor pérfido y una confrontación carnicera, que en Venezuela se llamó El techo de la ballena y en Colombia el Nadaísmo.
Ese contexto fue, en efecto, el mismo que instó a los balleneros a formar un frente artístico-literario en la Caracas enguerrillada de 1961, para rotular un postulado subversivo que se puede resumir en las siguientes palabras, que tomo del manifiesto publicado en el Rayado sobre el Techo Nº 3:
No es por azar que la violencia estalle tanto en el terreno social como en el artístico para responder a una vieja violencia enmascarada por las instituciones y leyes sólo benéficas para el grupo que las elaboró. De allí los desplazamientos de la Ballena; como los hombres que hasta ahora se juegan a fusilazo limpio su destino en la sierra, nosotros insistimos en jugarnos nuestra existencia de escritores y artistas a coletazos y mordiscos.