El Nadaísmo y El Techo de la Ballena, por Juan Calzadilla

EL NADAISMO Y EL TECHO DE LA BALLENA
LA FRONTERA COMÚN DE UNA RUPTURA HISTÓRICA

Juan Calzadilla, 1984

Sin pretender entrar, como se dice, en comparaciones odiosas, me permitiré en las líneas que siguen un paralelismo entre el Nadaísmo colombiano y El Techo de la Ballena, de Venezuela, a fin de esbozar algunas ideas acerca de estos dos movimientos de los años sesenta. Y en principio preguntarme: ¿en qué aspectos se identifican o se distancian el Techo de la Ballena y el Nadaísmo, en materia de propuestas, ejecutorias, objetivos, estilos, influencias comunes y alianzas? No me plantearía esta pregunta si no estuviera seguro de que son más las semejanzas que nos unieron que las diferencias que podrían surgir al estudiar esos dos contextos, esas dos realidades hipertrofiadas, tan distintas entre sí, en las cuales ambos grupos actuaron. Un contexto social del lado colombiano y un contexto político del lado venezolano.
Ese parangón al que me remito debería comenzar teniendo en cuenta que el movimiento nadaísta, como ciertos volcanes de lujo, permanece aún soterradamente activo, humeante, a tal punto que, después de haber arrojado bastante lava, ha pasado ahora a una fase retroprospectiva  que nos sorprende por el auge de su actividad editorial, no sólo en cuanto a la producción actual de sus representantes vivos, sino también al lanzamiento de materiales inéditos, siempre bajo el signo del Nadaísmo. Al tiempo que, lejos de resignarse a sucumbir, continúa generando información polémica, año tras año, como corolario de un largo historial colectivo de procesos, autos de fe, violencia, ritos  y muertes, proceso que sus apologistas más radicales, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar y Armando Romero, se empeñan en llevar hasta el día del juicio final. Es así como el Nadaísmo ha llegado a ser no sólo el grupo literario de más dilatada historia en hispanoamérica, sino el más prolífico en actuaciones y obra recogida en libros.
En la búsqueda de fundamentación de sus raíces, Jotamario opone a la lírica española y a la tradición local, las numerosas afinidades que en el Nadaísmo se filtran corrosivamente a través del cuerpo visceral de la poesía Beat y especialmente de la de Ginsberg, Kerouac, Corso y Ferlinguetti, influencias o más bien afinidades que quizás tienen más consistencia entre los nadaístas que en el lenguaje de los balleneros, si exceptuamos tal vez a Caupolicán Ovalles quien, por otra parte resulta, si comparamos su poética con la del resto de sus compañeros balleneros, el más francamente próximo al estilo desenfadadamente coloquialista de los nadaístas, como se desprende de su poema ¿Duerme usted, Señor Presidente?:

“El presidente vive gozando en su palacio / Si en vez de dormir/ bailara tango / con sus ministros / y sus jefes de amor/ nosotros podríamos oír / de noche
su taconeo / de archiduque / o duquesa / Podríamos reír / sólo de verle / ridículo / esperando los aplausos / de toda la gendarmería frenética.”
A esos componentes afines, inspirados en poéticas de otros idiomas y articulados al nuestro, no escapa la recuperación de la oralidad que procede de algunos poetas de la tradición colombiana, como son León de Greiff y Barba Jacob, de la misma forma en que se incorporan al lenguaje poético las escatologías de uso corriente en la jerga de los barrios, tal como se encuentran atisbadas primeramente en la obra de Mario Rivero, quien de alguna manera significó para los nadaístas, o para algunos nadaístas , lo que para los balleneros representó indiscutiblemente la obra de Ramos Sucre o la de Juan Antonio Vasco.
Otro tipo de indagación en torno a las relaciones de ambos grupos podría conducirnos a una consideración de los géneros en que escribieron, lo que implica decir que el aspecto innovatorio de sus propuestas, en cuanto a las formas mismas, se sustenta en una oposición radical al realismo social que se continuaba escribiendo o pintando en ambos países por la época en que esos grupos emergieron. Y, naturalmente, esta oposición que veía de manera clara la importancia del cuidado de la forma en la escritura no llevó en El Techo de la Ballena ni en el Nadaismo a una preocupación perfeccionista y ni siquiera a preguntarse por el problema del estilo, sino que más bien hizo burla de todo aquello que pudiera parecer demasiado literario, frío, retórico o formalmente sacrificado a la libertad para hacer de los géneros literarios el uso que se quisiera.                     

En alguna parte yo lo digo de la siguiente manera, evocando aquella época:
“En la naturaleza de todo lo que escribo no hay el menor asomo de estilo. Nunca lo hubo, además. Confieso que no me ha preocupado el problema de tener estilo. Incluso no sé de qué se trata cuando me hablan de estilo. Para mí que lo tengo y consiste en no tener estilo alguno, en no haberme ocupado jamás de tener estilo”.

Hay que decir sin embargo que si el Nadaismo fue un movimiento predominantemente lírico, o en cuyo origen estuvo la poesía, no deben olvidarse las tentaciones narrativas que no ocultan y en que más bien incurren sus representantes, como es el caso, por ejemplo, de Jotamario, quien, afortunadamente para los que admiramos su poesía, se confiesa un novelista frustrado, autor de una poesía novelada a cuadros cosidos con agujas de sastre. Jotamario es el fragmentarista explosivo de una gran autobiografía, que es también la de la Colombia violentamente marginada. Gonzalo Arango, sin abandonar la poesía, se presenta como un precursor del relato policial en Colombia, en tanto que Eduardo Escobar anuncia su novela de quinientas páginas titulada Ejemplos de metamorfosis; y Armando Romero y Elmo Valencia siguen trajinando ambidextra y exitosamente la poesía y la narración.

La división de los géneros en el caso de El Techo de la Ballena está menos sujeta a incertidumbres dado que sus narradores, Adriano González León y Salvador Garmendia, se declaran desde un primer momento novelistas confesos, incapaces de parir un solo verso. En El Techo las especificidades parecen resistirse más a las trampas que la narrativa tiende a todo poeta, y así vemos que Francisco Pérez Perdomo, Carlos Contramaestre, Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Dámaso Ogaz y Efraín Hurtado, consagraron sus manes casi exclusivamente a la actividad lírica salvo en ocasionales incursiones narrativas, no muy seguras de sí mismas, en los casos de Edmundo Aray, Juan Antonio Vasco y Caupolicán Ovalles.

El Nadaísmo  y El Techo de la Ballena fueron agrupaciones contestatarias surgidas casi simultáneamente en Colombia y en Venezuela en medio y como expresión de violentos cortes históricos y rupturas que sacudieron a las estructuras sociopoliticas y a la cultura  de ambas naciones.

“A partir de los años sesenta – escribió Jotamario Arbeláez – toda América fue una gran conmoción poética. Cuba era un foco de soles sobre la esperanza del hombre nuevo. En todos los países se fundaron movimientos y revistas que llevaban los aires de la renovación del lenguaje y la atronadora sensibilidad del momento que era este siglo. Así se dio en Colombia y en Venezuela, este país que amamos tanto como si parte de él fuera nuestra, ese milagro de la expresión contestataria, con toda la violencia de un humor pérfido y una confrontación carnicera, que en Venezuela se llamó El Techo de la Ballena y en Colombia el Nadaismo.”

Ese contexto fue, en efecto, el mismo que instó a los balleneros a formar un frente artístico-literario en la Caracas enguerrillada de 1961, para rotular un postulado subversivo que se puede resumir en las siguientes palabras, que tomo del manifiesto publicado en el Rayado sobre el Techo Nº 3:

“No es por azar que la violencia estalle tanto en el terreno social como en el artístico para responder a una vieja violencia enmascarada por las instituciones y leyes sólo benéficas para el grupo que las elaboró. De allí los desplazamientos de la Ballena; como los hombres que hasta ahora se juegan a fusilazo limpio su destino en la sierra, nosotros insistimos en jugarnos nuestra existencia de escritores y artistas a coletazos y mordiscos.”

Aunque a este respecto, como conclusión, Jotamario no puede dejar de advertir que el humor, aun el más inocente, es un arma mortífera, así se emplee, como es su caso, para refutarse a sí mismo:

”Existió sin embargo –dice– una gran diferencia con El Techo en que nuestro amor por la revolución no resistía la violencia de un cañonazo, pues en realidad fuimos unos anarquistas enculillados tal vez por las influencias contrarrestantes del Budismo Zen y Krishnamurti, Aurobindo y Lanza del Vasto, influencias que no sólo nos alejaron del compromiso, sino que nos mantienen con vida.”

Es cierto que El Techo podía reclamar para sí una mayor cuota de compromiso frente a la violencia política que operaba desde el poder, e incluso una mayor dosis de delirio utopista y de empedernido experimentalismo a ultranza, pero en la poesía nunca llegamos en Venezuela, por ese tiempo ni después, a un desarrollo de los sentidos de tal virulencia como el que proveía a la tribu nadaísta de un culto irrestricto y desenfrenado a la insensatez y a las situaciones límites. Nunca pudimos tomar de ellos la persistencia en los prosaísmos de una épica inspirada en el vulgar anecdotario de la vida corriente, como la que se desprendió para Colombia misma del magisterio nadaísta.

Otra analogía importante es la pasión por las artes plásticas y el afán con que ambos movimientos se esmeraron en integrarlas al programa de subversión intelectual, si bien esta característica es más resaltante en El Techo de la Ballena, para el que la pintura jugó un rol decisivo en la propuesta innovadora.

La fundación de nuestro grupo ocurrió en un momento en que las vanguardias plásticas alcanzaban en Venezuela un clima tenso e insoportablemente hipócrita. El hecho de que en el grupo militaran pintores y críticos de arte precipitó aún más, a través de manifiestos y exposiciones, la alianza de la literatura y el arte para propiciar un resultado que nunca hubiera llegado a un punto tan candente y radical si cada disciplina hubiese marchado separadamente, o si no se hubiesen complementado de la manera en que lo hicieron. La integración de ambas manifestaciones, literatura y arte, puede apreciarse desde un primer momento en el lanzamiento del grupo en marzo de 1961, a través de la exposición Para restituir el magma, cuya intención, más que mostrar obras, aun si fueran de signo experimental, fue provocar un escándalo. Un escándalo a partir de la declaración a la prensa de un supuesto robo de cuadros de la exposición producido justamente antes de la inauguración de ésta.

“Los almanaques no registran todo lo que puede decirse acerca de / la ballena / es el hombre cósmico exigiendo su grito / es un gesto /
es una actitud. / El Techo de la Ballena  / al igual que los cantantes de moda gozará de una extraordinaria / popularidad. / El techo de la Ballena reina entre los amantes frenéticos / dueño de todos los tambores y de una reconquistada materia.
(Fragmento del Manifiesto del Primer Rayado, 1961)

La idea metafórica que se perseguía con este dictado automático escrito a varias manos era desmontar de su pedestal oficial a las corrientes que en ese momento se decían de vanguardia para mantener su hegemonía en el status y seguir disfrutando, tal como lo venían haciendo, de las prebendas y recompensas que recibían a cambio del compromiso de entregarse incondicionalmente al sistema.

El precedente de aquella alianza de literatura y arte fue el salón que con el nombre de Espacios vivientes organizamos a fines de 1959 en Maracaibo con la colaboración de lo que sería después el grupo 40 Grados a la Sombra, de Josefina Urdaneta. Allí se echaron las bases del informalismo o pintura de acción, en cuyo movimiento participaron también los artistas que luego tomarían parte en las actividades de El Techo de la Ballena: los pintores Daniel González, J.M. Cruxent, Fernando Irazábal, Perán Erminy, Gabriel Morera, Ángel Luque, Gonzalo Castellanos y Antonio Moya.

La intención de El Techo de la Ballena fue introducir en la dinámica de ese momento de efervescencia un foco creativo de tal magnitud que, aparte de revelar una estética propia, como la que se imprimió al diseño de libros y catálogos, se desbordó para llenar espacios y galerías que compartían enteramente el espíritu de El Techo o que surgieron adscritas a éste, como fueron la Galería Ulises y la Galería del Techo, esta última inaugurada en 1965 con una gran exposición de Roberto Mata y la presencia de este gran agitador surrealista en Caracas.

En las artes plásticas, cuando el abstraccionismo geométrico parecía llevar la pintura nacional a un callejón sin salida, apoyado en la complacencia oficial y comercial, los pintores de la Ballena propusieron la apertura hacia un arte nuevo donde la experimentación, la fuerza instintiva y el riesgo fueran cauces candentes para revitalizarlo. Igual reacción se levantó en armas contra la expresión que trampeaba con imágenes de cloacas y de cerros para complacer gustos pequeñoburgueses, traicionando la altivez del compromiso que se decían asumir para favorecer un nuevo compromiso, tal como se dice en el manifiesto antes citado.

La más alta llama explosiva se produjo en el Homenaje a la necrofilia, en donde un pintor tovareño criado en Valera, Carlos Contramaestre, se jugaba su propia carrera en la búsqueda afanosa, a través del humor negro y el desprecio absoluto de los cánones, de una contaminación conflictiva. Se puso en tela de juicio el gusto, el aura de la responsabilidad del artista, la cual en fin de cuentas, aun con una obra cumplida sólo conduce a la huera satisfacción de haber llegado.

Es ante un espectáculo semejante que los poetas balleneros, en la necesidad de investigar un territorio negado a nuestro exceso de cordura, no vacilaron en proponer las difíciles confrontaciones, sin que nunca se haya pretendido hacer un código de ello, porque ciertas zonas y materias de la realidad no habían sido tocadas en virtud de la pacatería y el ruralismo mental de nuestros llamados poetas.

El Techo de la Ballena y el Nadaismo fueron movimientos polémicos, y justamente fue la polémica de donde mayormente se nutrió la desafección al sistema que los impulsó a lograr los objetivos que, al traducirse a la literatura y el arte, produjeron obra innovadora y subversiva. Que sus enemigos principales los hubiesen encontrado entre la gente que se decía de izquierda, y que se arrogaba el título de verdaderos revolucionarios, no es más que una formalidad o si se quiere una ley propia de las contracciones del sistema, una ley de la cual ambos grupos supieron sacar partido para apuntalar con ello la previsión de que con el Nadaísmo y El Techo de la Ballena se estaba poniendo término no sólo a la historia de los grupos literarios, sino también a la del reino de las utopías.

En una oportunidad, en un auditorio de Bogotá en donde los dos leíamos poemas, Jotamario, al presentarme, tuvo la gentileza de dedicarme un texto introductorio, que conservo con mucho cariño. Allí, como si se tratara de un manifiesto, nuestro amigo nos caracterizaba generosamente, en puro estilo nadaista-ballenero, definiéndonos:

“Pérez Perdomo, espeso y catastrófico, una y todas las noches colgantes del filo de un párpado, viendo pasar la lenta procesión de los astros descompuestos;
Juan Calzadilla, un cirujano loco desmembrando el cuerpo social con la sola anestesia de su sonrisa ensangrentada;
Caupolicán Ovalles, ciudadano de piernas quebradas turbando el sueño del señor presidente con la misma irreverencia con que el cacique Ojo de Perla utilizaba la piedra filosofal para producir patatas podridas;
Dámaso Ogaz dándonos un concierto en un huevo;
Edmundo Aray, burlándose del valiente Marshall y poniéndolo a morir extendido cuan largo era la larga calle orinada de cerveza nacional;
Efraín Hurtado, incisivo en la confesión ante el inspector que no es otro que el pudor que preserva de la podredumbre.
Ah, y el torrentoso Adriano González León, el hombre que lleva siempre su país en una maleta, escribiendo su ensayo Una peste llamada el Nadaismo, para dejar constancia histórica de que este movimiento había sido anterior al sida”.

 

Publicado en Letras Caracas, 13/09/2015

Número 258

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El techo, un punto de encuentro, no una generación, entrevista a Juan Calzadilla por Floriano Martins
Publicado en El techo de la ballena.

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