Juan Calzadilla: no hay más que lo que uno no encuentra
Víctor Rodríguez Núñez
Entrevista disponible en: http://www.jornaldepoesia.jor.br/ag48calzadilla.htm
Lo conocí en Caracas. No en la capital de Venezuela, la ciudad de la cual es el poeta más característico, sino en la calle del farragoso centro de Medellín, que poco tiene que ver con la poesía. Y bajo un sol que rajaba el alma.
Ambos caminábamos por la misma acera, aunque en sentido contrario, y lo abordé sin mayores precauciones. Como se debe hacer con alguien que se ha atrevido a confesar que “En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo/ y me moría de la risa”.
En un mundo donde es cada vez menos frecuente encontrar la inteligencia, el humor, la calidez y la poesía, Juan Calzadilla tienen mucho que ofrecer de todo eso, con su escueta persona y con su vasta obra.
En Ciudadano sin fin (1970) recopiló los textos fundamentales que escribiera desde 1954, año en que publicó sus Primeros poemas. Su segunda antología personal, Minimales (1993), reúne poemas de sus libros posteriores.
Sin rodeos, comenzamos este diálogo que ojalá no termine nunca. En menos de cinco minutos nos hicimos cómplices y planeamos ciertos nobles crímenes. Seguramente, nos conocíamos de alguna otra vida, pasada o futura.
Haber nacido -en 1931- en un pueblo llamado Altagracia de Orituco, no abre un nuevo capítulo del realismo mágico. Juan es el poeta de la ciudad, el campesino no de París sino de Caracas… ¿La calle de Medellín donde nos conocimos?
Las preguntas formuladas son fragmentos aforísticos extraídos de los libros de Juan Calzadilla titulados Una cáscara de cierto espesor (1983) y Minimales (1993).
[VRN]
– Ciudadano de un bosque encantado, al cabo de haberme internado en él me descubrí campesino de la ciudad.
JC – Escribir poesía no fue para mí una elección sino consecuencia de un proceso natural. Uno desde joven lo intenta y, de alguna manera, continúa y se ve a la larga impelido a hacerlo. La elección es posterior a la comprobación de una aptitud, que se va haciendo realidad a lo largo del trabajo. Se trata, en fin, de una necesidad expresiva. Como poeta me inicié a los 23 años, recién salido del Liceo, escribiendo una poesía afín a la lírica española. En ese momento descubrí un nuevo universo. Yo procedo de la parte contestataria, de la oposición política que se dio en Venezuela a finales de los años 50. Comencé a escribir en un pueblo apartado de la provincia, en los intervalos de la lucha política que se libraba contra Pérez Jiménez. Como tenía que estar mucho tiempo enconchado, leía muchísimo. En esos momentos nació, motivada por la lectura de los clásicos españoles, una gran necesidad de expresarme. Escribí un libro y lo envíe a un concurso en Caracas, organizado por el Festival Mundial de La Paz, y me gané el premio que consistía en un viaje a Moscú. En ese momento quedé comprometido con un destino literario, que de inmediato se bifurcó. Por un lado, la investigación y la crítica de arte, con lo que me he ganado la vida. Y por el otro, la poesía por cual he pagado con mi vida
– Somos a causa de la semejanza que a cada instante mantenemos con nosotros mismos. Por esto, más que singulares, somos sencillamente obvios. Existir es la prueba más palpable de que nos repetimos.
JC – Todos los poetas latinoamericanos tenemos dos nutrientes básicos. El primero, nuestra propia tradición, el mundo de uno, y el segundo, la influencia exterior, internacional. Resulta imposible que un poeta prescinda de ambas cosas, o que dependa exclusivamente de alguna de ellas. En el marco nacional, en lo que nos rodeaba, hubo dos poetas que sirvieron de ejemplo: Vicente Gerbasi y Rodolfo Moleiros. Este último es poco conocido, pero fue un poeta de mucho rigor, estudioso de la poesía y, sobre todo, muy comunicativo. El hacía una poesía con métrica, dentro de la tradición lírica española,, pero de corte moderno, influido
por las teorías de Valéry. Es decir, un poeta de tono íntimo pero que estimuló mucho en nosotros la creación, que representó mucho para la juventud de la época de la dictadura. De cierta manera, nos abrió los ojos ante la necesidad del rigor, de hacer las cosas con continuidad. En lo internacional, se presentó una alternancia, algo así como dos fases: primero, un estadio enmarcado en la literatura española, los modelos clásicos que uno conoce en la universidad, la primera influencia que se recibe; segundo, los poetas del Renacimiento y otros más cercanos en el tiempo. Mis Primeros poemas fueron escritos en versos rimados. Eso ocurrió antes de que se produjera una especie de ruptura, la aparición de otros elementos que influyeron en nuestra generación.
– La poesía es una rama de la gramática de la cual, a veces, brotan flores.
JC – Yo creo firmemente en la posibilidad de un aprendizaje de la poesía. Es algo que podemos considerar, sobre todo, como la adquisición de la destreza del lenguaje. No creo que uno vaya a hacerse poeta porque estudie la manera de hacerlo, no. Lo primordial aquí es la necesidad expresiva, que exista esa vocación que pugna por manifestarse, ese desasosiego que uno a veces experimenta frente al paso vertiginoso del tiempo: ahora o nunca. O sea, la urgencia de utilizar las palabras para decir algo que, cuando uno está muchacho, resulta sumamente vago, pero que después va tomando forma. Así que hay dos momentos: el del aprendizaje y el de la vocación. Yo creo que un poeta sale, en lo fundamental, del ejercicio de la prosa. Difícilmente un poeta que no practique la prosa, que no la emplee cotidianamente, llega a tener buen manejo del lenguaje, de esa herramienta fundamental para la poesía. En mi caso, lo primero que aprendí fue a ganarme la vida escribiendo artículos. Me hice de un buen instrumental en la prosa, y eso me ha facilitado el acceso a la poesía. Incluso, en mis últimos años he vuelto a la prosa para reencontrarme con la poesía.
– Lo que hace a un hombre de derecha ser de derecha es que piensa y actúa como un hombre de derecha sin que tenga que pensar como un hombre de derecha. Lo que hace a un hombre de izquierda ser de izquierda es que puede limitarse exclusivamente a pensar como un hombre de izquierda.
JC – Soy parte de la llamada Generación de los 60. De cierta manera, es un término que no define lo que pasó en nuestra poesía a partir de esos años decisivos. No se puede decir que existiera un movimiento, una agrupación coherente como se han dado en otros momentos. Yo pienso que pertenezco en definitiva a una generación que se caracteriza por tener definido un compromiso. Por supuesto, es importante tener conciencia de generación. La generación es la forma concreta en que se manifiesta una ideología; en el caso nuestro, contestataria contra el sistema y contra ciertos valores literarios establecidos. En nuestra generación hay poetas de mucho peso, de mucha solidez. Ellos se manifestaron en un doble sentido: uno, respondiendo a lo que estaba pasando en materia de valores poéticos, y otro, tomando una posición ética ante la situación política que vivíamos entonces. Para la mayoría de nosotros, fue una necesidad luchar y comprometernos, incluso hasta empuñar las armas. Esa situación, que hace que el poeta se enfrente, respondió a una coyuntura muy particular. Ese momento histórico, que tuvo incidencia sobre la poesía y que no se ha vuelto a dar, es lo que marca la diferencia. Los poetas que vinieron después, en los años 70, se caracterizan por la disolución, casi total, de ese componente ideológico que animó a los poetas de los 50 y los 60.
– El gusto de mi generación por la violencia. Pero no tanto por la violencia misma, como por las palabras violentas. Se ve que andaba metida en el tráfico.
JC – No sé por qué se habla tanto de los grupos, que casi siempre son sólo un mito. El grupo Tabla Redonda fue un gremio que participó de determinadas posiciones, en cuanto a la concepción de la poesía y de la sociedad. Yo pertenecí al que llamaban El Techo de la Ballena, que tenía una posición comprometida políticamente pero que, en el lenguaje propiamente poético, buscaba una gran libertad. Nos gustaba confrontar la violencia por una vía no cartelaria, éramos disidentes del dogmatismo marxista. Por su parte, Tabla Redonda seguía los lineamentos políticos de la izquierda oficial. Había una gran diferencia entre la poesía nuestra y la de ellos, lo que nosotros hacíamos no iba con la ortodoxia. Hoy yo no hago distinción entre los poetas de esos dos grupos, porque la realidad cambia y esos cambios llevan a criterios diferentes. No puedo decir que los buenos éramos nosotros y ellos los malos, pues en los dos grupos había poetas interesantes. En Tabla Redonda estaba Rafael Cadenas, muy reconocido y quien luego, de escribir una poesía comprometida, desembocó en un registro místico, apartado de las posiciones iniciales de Tabla Redonda. Otro caso parecido: Arnaldo Acosta Bello. Y en el grupo del Techo de la Ballena estuvo Caupolicán Ovalles, la figura que destella en los primeros momentos. El poeta puede encarnar, de muchas maneras, la actitud libertaria.
-¡Qué fácil ser poeta cuando se tiene como lícito atribuir más sentido a las palabras que a las cosas!
JC – No creo que la poesía esté llamada a convertirse de un medio en un fin. Yo creo que esa estética del arte como finalidad en sí mismo está por lo general relacionada con la decadencia. La poesía ha dado un viraje, ha cambiado mucho de los años 60 a la fecha. Hoy la poesía se inclina hacia lo urbano, al uso del vocabulario común, al ir directamente al grano. Evidentemente, eso le comunica un rasgo poco formalista y se pierde el concepto de su autonomía, puesto que debemos comenzar a considerarla como un medio. No estoy de acuerdo con William Carlos Williams en que la función de la poesía sea revelar. Yo lo admiro porque él fue de los que avizoraron un nuevo campo para la poesía: el de las cosas cotidianas. Más que revelar, la función de la poesía es hacer trascender al lenguaje con que se expresan las cosas de todos los días. El concepto de revelación es metafísico y, por consiguiente, más exclusivo de lo que se podría pensar. Tampoco estoy de acuerdo con Matisse en que todo esfuerzo de creación es interior, que una obra de arte no es auténtica si no está hecha por la interioridad. Pensar en esos términos es aceptar que existe un lenguaje específico para la poesía que no es válido para todo los demás géneros o formas. Cada cual tiene su manera propia -a través de la interiorización, a través de la experiencia- de tratar el lenguaje. Pero sin la exteriorización no podría hablarse de la poesía.
– No necesitas proponértelo. Sólo tienes que desearlo.
JC – Poe decía ser capaz de detallar, paso a paso, el proceso por medio del cual había creado un texto. A mí me pasa más o menos lo mismo. La poesía de esta época se caracteriza por haberse vuelto muy consciente de sí misma. Hasta el proceso de su gestación se ha convertido en algo más importante que el resultado. Sí, la poesía ha hecho una profunda y sincera autocrítica. Yo me reconozco en esa forma de definir la poesía que la presenta como obra abierta. Como obra abierta no de manera concluyente, sino como un resquicio para entrar y salir de ella, de convertirla en puerta de la realidad, para interrogarnos. Por eso estoy muy lejos del modelo que prevalece en mi país, esa vaina del poema como una realidad autónoma. Hay una poesía abierta y otra cerrada, y la poesía de hoy debe ser abierta. O sea, cuestionar permanentemente su formulación, caer constantemente en la contradicción y en la ruptura del estilo. Yo tiendo a plantearme la poesía como una experiencia inmediata en la comprensión de la realidad. Una poesía basada en lo cotidiano, en lo que pasa a mi alrededor, en lo que leo. Una poesía que toma como pie lo que otros han dicho y que elimina toda pretensión metafísica.
– El fulgor del concepto detrás de las palabras. Y eso a veces, cuando éstas son capaces de florecer. No importa en qué estación.
JC – Insisto, me parece poco feliz la tesis de Williams sobre el poema como artefacto mecánico hecho con palabras y destinado a trasmitir una idea, un sentimiento. Esa es la línea de poesía que me trataron de inculcar en la juventud y que ahora vuelve a tomar cierto auge en Venezuela. Esto siempre se ha considerado como una solución última de la poesía, cuando se cree que la forma prevalece y que el sentido está agotado. Es lo que se ha dado en llamar poesía visual, concretista. Me declaro enemigo de considerar a la poesía un objeto en sí mismo, como está pasando nuevamente hoy. El principio de la modernidad está en la utilización de los medios que proporciona la tecnología. La televisión, la fotografía puede ser usada por la poesía, pero no la sustituyen. Es decir, la poesía es un género que no progresa. Tampoco creo que el poeta, como sostenía Baudelaire, pierde fuerza cuando persigue un fin moral. Breton no lo consideró un surrealista porque veía en él una conciencia demasiado religiosa. Baudelaire rezaba sus oraciones todos los días. ¿A quién? A dios o al diablo, no importa, pero las rezaba.
– No escribo sobre aquello que pasa por mi cabeza. Escribo más bien sobre aquello por lo que mi cabeza pasa.
JC – La inspiración es el trabajo diario, la capacidad del hombre para concentrarse en su obra. No es algo que llega de buenas a primeras, se construye como el poema mismo. Por su parte, la originalidad es un término que está muy cuestionado, hoy casi nadie la busca. Tenemos una gran libertad para manejar los recursos, tanto del presente como del pasado. Y la perfección tampoco existe. Alguien dijo que lo considerado perfecto no puede llevarse a cabo, que todo es por naturaleza imperfecto. Tú has escrito un poema y, una vez terminado, puede ser cambiado, corregido. Yo creo en la perfección sólo como un afán de lograr la mayor limpieza, la armonía entre la forma y el sentido, la palabra que envuelve lo que quieres decir, en sus partes y en su totalidad. Lo perfecto se da cuando estás de acuerdo con lo logrado, la sincronización entre la forma y el sentido. Pasa que en la poesía contemporánea se está imponiendo la forma, desplazándose poco a poco el contenido, imponiéndose la estructura gramatical como núcleo. Pero yo voy más al sentido que a la forma.
– A los consumidores y posibles usuarios de la poesía se les informa acerca de los riesgos a que los expone el hecho de que, después de cierto tiempo, puedan llegar a comprobar que este producto nunca estuvo de moda.
JC – No creo que la poesía no tenga, hoy, la presencia y la difusión de otras épocas. A menos que se hable de antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando la poesía tuvo mucho más presencia pública y los poetas cumplían una función social. La poesía se concibió entonces como medio de comunicarse, se ejercitaba como cuando era expresión oral. Evidentemente, nosotros no tenemos en la actualidad los grandes poetas de hace 50 años. Esto está compensado por la riqueza y diversidad de la poesía actual. Existe una crisis de la poesía, porque ésta se ha vuelto más polifacética, se ha multiplicado. Y el poeta ha llegado a un escepticismo en cuanto a cambiar la realidad, se niega a presentarse como una persona optimista. En esa crisis la poesía trata de encontrar una tabla de salvación en la reflexión sobre ella misma. Claro, se puede decir todo con la poesía, bien con una poesía cifrada, bien con una poesía directa. Yo he cultivado otros géneros literarios, he hecho ensayos narrativos pero sin mucha fortuna. Tengo una novela en lenguaje surrealista, que data de 1973, llamada Bicéfalo. La poesía es un registro de la intelección del mundo, es una forma de conocimiento y, si eso no se da como síntesis verbal, se da de todos modos.
– Quien se mira en el espejo no está en él más que porque se mira.
JC – La cercanía con las artes plásticas no me ha alejado de la poesía sino todo lo contrario. Como ya dije, más bien el manejo de aptitudes para la crítica me ha favorecido como poeta. La prosa es un instrumento de perfeccionamiento, te ayuda a analizar las cosas con palabras, lo que no brinda fácilmente la poesía. Esta última es un género ya armado, donde la reflexión se da posteriormente. Si alcanzas un dominio de la prosa, escribir poesía será mucho más fácil. La otra cosa es que soy un sujeto muy visual, y lo he expresado a través de la pintura, de la caligrafía como forma de construir el texto, y de otra manera a través de imágenes plásticas. Hay que señalar que lo visual es ingrediente de la poesía. De manera que poesía y pintura son concomitantes, son dos lenguajes que salen de un mismo tronco. ¿Por qué predominan los poemas pesimistas sobre los alegres? Porque estamos viviendo una época de reacomodo de todas las fuerzas, una época de mucho escepticismo. El pesimismo se refleja sobre todo cuando se enfrenta lo social. La poesía ha perdido últimamente su función social. Ahora atañe sólo a la condición existencial del poeta, como un ser desamparado que siente el desgarramiento del lenguaje. Es calamitoso lo que estamos viviendo hoy. Pero no hay que negar que eso les da, a los poetas, un gran estímulo para realizar su obra.