Entrevista a Juan Calzadilla, por Freddy Ñáñez

Cuestionario de Proust

Por Freddy Ñáñez

Entrevista publicada en el Periódico Letras, 2012

 

F.Ñ: Señor Juan Calzadilla ¿quién es usted  en realidad?

J.C: La carga de dobles que uno lleva a cuestas es pesada y no

deja ver bien el camino ni la perspectiva desde la cual

percibirnos tal como somos. Dada la imposibilidad en que me encuentro

de abordarme desde afuera para tener así una idea bastante

objetiva de mí mismo:

esto impide que yo pueda hablar

de mí como de un solo sujeto, plenamente identificado.  Sin contar

que a veces nos convertimos sin saberlo en otros.

Y en algunos casos también en monstruos.

 

F.Ñ: ¿Le hubiera gustado llamarse “Ernesto”?

J.C: Con cualquier nombre  yo hubiera estado conforme. El que llevo

no lo discutí con mis padres por falta de tiempo: ya

había yo nacido y ellos, sin consultármelo, arbitrariamente,

optaron por ponerme juan,

en homenaje a un tío materno del mismo nombre, fallecido

A los 31 años, y quien en los tiempos libres que le dejaba

la tuberculosis se dedicaba, como Rilke, a cultivar rosas.

 

F.Ñ: ¿Cómo quisiera que lo llamaran en su reencarnación?

J.C: Quisiera que mis sobrevivientes se fijaran más

en las cosas que hice que en  las que dejé de hacer.

Y que me lo advirtieran a tiempo, así estuviera

yo muerto. De este modo podría yo enmendar ciertas cosas

que hice mal y poner empeño en cultivar las buenas. Haciendo un balance, eso podría dar cuenta de lo instructivo que para mí mismo sería una inmortalidad gozosa en la que el saldo entre lo positivo

y lo negativo se inclinara hacia lo más divertido y casual.

 

F.Ñ: Si usted fuera un perro qué pensaría de los hombres?

J.C: Ya lo dije en cierta oportunidad en que, llevado por

las circunstancias, a punto de ser mordido, en retaliación

escribí estos pésimos versos dedicados a un perro mal educsdo:

 

El trato con los demás es como el ladrido del perro.

Hagas lo que hagas para entenderlo, te es ajeno.

El ladrar tiene, sin embargo, ciertas ventajas:

Va en una sola dirección, del perro a ti.

En cambio, el trato con los demás

exige una respuesta:

Quiere que tú también ladres.

 

F.Ñ: ¿Por qué abandonó la realidad?

J.C: Yo no la abandoné. Fue ella la que me abandonó. Justamente

cuando, confundiéndola con un cobrador, le espeté la frase de Fernando Pessoa: “Realidad, vuelve mañana”.

Y no  volvió más, ni mañana ni nunca.

 

F.Ñ: ¿Qué ilusión mantiene intacta?

J.C: La de faltarle el respeto a la ilusión misma. También la ilusión de

que si me fuera dado volver a hacer las mismas

cosas, las haría de otra manera. Casi diría que en forma contraria

para evitar el error que cometí creyendo que como las hice

mejoraba la situación a mi favor. Pero no fue así. Las hice peor

a como hubiera podido hacerlas en la reencarnación.

 

F.Ñ: Qué valor tiene para usted la soledad?

J.C: Depende del  momento a que usted se refiera. Para el trabajo

Intelectual constato que necesito de ella cuando requiero espacio para poder concentrarme en una tarea profunda, como

escribir un poema o vagar libremente por un parque sin pensar en nada como creían los surrealistas.

 

F.Ñ: ¿Cometería un crimen pasional?

J.C: Virtualmente sí. A propósito de estos desmanes de

los estados de imaginación absoluta, escribí

este poema que define muy bien el arte criminal.

Fíjese en que la distribución  del texto imita físicamente

La forma del arma.

 

El asesino del puñal

Me hacen culpable como si yo

hubiera   elegido  ser  el  que

soy  y  como  si  por haber

elegido  ser  el   que   soy

fuera culpable  de  haber

hecho  lo que  he hecho.

Pretenden ignorar que

todo esto fue desde

un comienzo una

coartada

de   la

provi

den

cia

 

F.Ñ: Para qué sirven las fronteras literarias?

J.C: Podría dárseles mejor función si se rompieran. A fin de

hacer de lo que se escribe un género nuevo, transdisciplinario, abierto.

Por ejemplo, el hecho de  que se pueda escribir sin abrigar el propósito

de que lo que se escribe sea un poema o un cuento y que no te

detenga el prurito de la brevedad, la extensión, la

definición del género literario ni el concurso literario.

Y poder navegar por todas las posibilidades que te permita el hecho

de no disponer de ningún parámetro.

 

F.Ñ: Cuál es el refrán qué más detesta

J.C: “El que a  buen palo se arrima buena sombra lo cobija”.

Me parece oportunista. Es lo que está haciendo mucha gente que encuentra ahora que ser revolucionario no implica más riesgo

que lograr un buen cambur en la administración pública o en una discoteca y así convertirse en el tipo de burócrata que más ha medrado de la revolución.

 

F.Ñ: De cumplirse al pie de la letra el apocalipsis (es decir, la política injerecista de los imperios) ¿con quién no le gustaría asistir a la hecatombe?

J.C: El mérito en cuanto a desafección respecto a un político nefasto, morbosamente genocida y criminal y el más activo en este momento, pareciera tenerlo la señora Clinton.

Con ella sólo se podría ir al infierno.

 

F.Ñ: De los clásicos ¿cuál no pudo terminar de leer?

J.C: Todos. Pues ninguna lectura se agota en el cuerpo del texto. Y más

en el caso de  los  libros clásicos, mientras  más se leen

más se dificulta entender lo que sus autores han querido decir.

Y en averiguarlo se puede ir la vida entera.

Son libros polisémicos, infinitos, parasitarios de uno.

 

F.Ñ: ¿Que representa para usted el surrealismo?

J.C: Nietzsche tiene a este respecto un aforismo muy revelador

para alguien que como él estuvo lejos de conocer y  practicar el surrealismo:

“La absurdidad es de la índole misma de las cosas”.

O sea que la realidad es surrealista.

 

F.Ñ: ¿Y usted que representa para el azar?

J.C: Más bien es el azar el que representa para mí. Ya que

es el dios mayor. El que decide sobre todas las cosas.

 

F.Ñ: ¿Por cuál ofensa se batería en duelo?

J.C: Por algo así como la osadía de atreverse a comparar a uno

con un genio. Cuando en una oportunidad un entrometido

se acercó a Borges y le sopló al oído: “Maestro, de usted dicen que es un genio”, Borges se volteó,  ofendido, y le respondió: “eso son infamias”.

 

F.Ñ: ¿Cuántas veces se peina al día un surrealista?

J.C: Depende de que encuentre el  peine del cual Duchamp hizo un objeto

encontrado que alguien se robó de una exposición en París y hasta ahora no ha sido recobrado.

 

F.Ñ: ¿Cuántos espejos tiene en su casa?

J.C: Por ahora uno solo, de forma ovalada y enmarcado en el tipo

de bejuco ondulado que se emplea para las mecedoras

vienesas. Lo malo es que la capa de mercurio está

permanentemente empañada.

Y no he podido verme reflejado en ella sino como lo que

soy: un borrón.

 

F.Ñ: ¿Qué tristeza justifica su humor?

J.C: Ninguna. Salvo el humor mismo, que de por sí es triste.

 

F.Ñ: En el amor  ¿qué  es más importante: un buen diccionario

o un plato de lentejas?

J.C: Creo que podría ensayarse con esa asociación una fórmula

parecida a la definición que de la poesía dio Lautréamont:

El amor es el encuentro de un diccionario con un plato de lentejas

en una mesa de disección.

 

F.Ñ: Además de la ironía ¿qué otro deporte le gustaría practicar?

J.C: El de la paradoja. En tanto que la paradoja es según Kierkegaard

un pensamiento grandioso que dificulta poner en sintonía

dos términos cuyos sentidos se excluyen recíprocamente, como cuando,

al morir,  exclamas:  “llegué, lástima que no esté vivo para

contarlo”.

 

F.Ñ: ¿Por qué cree que no le han dado el Premio Nacional de Literatura aún?

J.C: Por un derecho natural de los otros escritores que esperan que

yo no les quite la oportunidad de ser ellos a quienes se lo den.

Hay que partir de la premisa según la cual el

mejor premio es el que otorgan los lectores; aunque ésta sea

una excusa para conformarte con la idea de que no lo vas a recibir

nunca.

 

F.Ñ: Dicen los poetas que usted es un gran dibujante.

J.C: Es sencillamente por sacarme de la competencia.

 

F.Ñ: Los pintores dicen que mejor haría usted

 ocupándose de la poesía.

J.C: Es para evitar que les quite la mano.  Y me envíen a alguna bienal sin tener de mi parte argumentos cómo justificarlo. Esto acabaría con mi carrera.

 

F.Ñ: Los neo vanguardistas lo acusan de haber dejado las palabras inservibles ¿Qué tiene que decir en su defensa?

J.C: Por palabras  inservibles entiendo que son aquellas que han dejado de tener uso en la conversación corriente. Buenas para los ejercicios de poesía retórica. Y para la  buena poesía que sigue  manteniendo su prestigio a costa del hecho, como decía Whitman, de estar escrita por buenos poetas.

 

F.Ñ: Sus amigos del planeta tierra han muerto ya (sentido pésame) escriba el epitafio de la especie.

J.C: Murió mi eternidad y estoy velándola

 

F.Ñ: ¿Cuál es el defecto que más le ha costado ocultar?

J.C: La inconstancia. No he sido perseverante en nada que supusiera hacer

la  misma cosa más de una vez. Puede notar que mis libros no son sólo desiguales, en caracteres, formato y en temática, sino que lo que digo en ellos es siempre distinto a  lo que dije en los otros  libros a pesar de que pudiera parecer que son una copia fidedigna de lo que ya dije.  Llego a un resultado, cambio de tema y me abalanzo hacia una puerta sin salida.

 

F.Ñ: ¿Qué es lo peor de no ser un pájaro?

J.C: El hecho de que uno tenga que limitarse a pensar que volar es sólo imaginable para quien nació sin alas. He repetido mil veces que no envidio el vuelo de las pájaros sino su manera de ser libres.

 

F.Ñ: En qué momentos se arrepiente de ser un poeta

J.C: En casi todos los momentos. Partiendo de la idea de que

hay dos maneras de ser poeta: Una: se es poeta solamente en el momento en que se escribe el poema. Y otra: Nadie es poeta

antes de morir.

 

F.Ñ: ¿Lo peor de nuestra poesía?

J.C: Que se escriban poemas como por una obligación contraída con el hecho de que ya  se es autor de un primer libro.  Como un acto absolutamente rutinario y doméstico. Desprovisto de alas.

Lo peor de nuestra poesía consiste en que su valoración y aprecio se cifra en la obra de aquellos que han ganado méritos y no de quienes tienen talento para alcanzarlo.

 

F.Ñ: ¿Lo mejor de  su poesía?

J.C: La que está inédita. Y aun mejor es la que no he escrito.

 

F.Ñ: ¿Cuál es su mayor frustración?

J.C: Que de viejo tenga que ocuparme de hacer lo que ya había

hecho de joven. Por ejemplo, dirigir un museo, administrar

personal, tomar decisiones sobre lo bueno y lo malo,

ser jurado de los concursos y lector en un festival de poesía.

Labores todas anticuadas y, peor aún, desprestigiadas.

 

F.Ñ: ¿De qué se siente orgullo, en cambio?

J.C: De no haber necesitado ejercitarme para realizar una función

para la que no tenía talento alguno y para la desempeñar la cual

nadie me había llamado.

 

F.Ñ: ¿Iría al lecho de amor si tuviera que traicionar sus ideales?

J.C: Siempre que pudiera pensarse que los ideales son el verdadero

amor.

 

F.Ñ: Si gana la derecha venezolana y a usted  lo extraditan bajo los cargos de insubordinación a la estupidez, el terrorismo poético, etc… ¿Qué libro se llevaría a la silla eléctrica?

J.C: El que iría escribiendo por el camino en el pasaje entre la celda y la guillotina.

Dios nos libre de esa traición a la patria que es dejar que la derecha gane.

 

F.Ñ: Qué es lo que más abomina de este tipo de entrevistas

J.C: El que uno, como entrevistado, no pueda salirse de las casillas. Y sacar, como lo hiciera Breton en 1925, un revólver.

 

F.Ñ: Para los jóvenes poetas le pido escriba el onceavo mandamiento de la buena poesía.

J.C: Que no se atreva a publicar su segundo poemario si ya demostró con el primero que no ha sido en absoluto leído.

 

 

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Publicado en Entrevistas y reportajes.

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