Prefacio de la Condición Urbana, de Juan Calzadilla, por Luis Ernesto Gómez

 

JUAN CALZADILLA: ESE SER INVISIBLE EN MEDIO DEL TUMULTO

 

Luis Ernesto Gómez

Caracas, 21 /12/2018

Juan Calzadilla se para en medio de la multitud diciendo que es invisible repetidas veces. Lo hace con entusiasmo, certeza, sobre todo convencimiento. Naturalmente la gente se extraña. “Lo que están viendo en realidad es mi voz… Soy invisible, soy invisible”. Muchos están desconcertados por el disparate. Lo curioso aquí es la literalidad del asunto. Juan es en realidad este libro que grita y que lo hace invisible. Vemos su voz.  Lo que ella dice. Lo que entendemos de ella. “Que se vayan acostumbrando. Que sepan que soy el Verbo”. Vemos su verbo y no siempre la mente configura una voz suave, rebelde, su cuerpo de complexión delgada, su mano famélica que ha escrito tantos textos como éste que se pasan de la raya, se salen del marco del verso tradicional, son casi performances verbales.

En ellos, la imaginación poética es conmoción del pensamiento. Juan no es un poeta de tumulto emocional, de la lírica complaciente, prefiere la densidad de la imaginación en procura del vencer el tedio, poesía crítica (cuyo objetivo es el decir) en contraposición de la poesía lírica (cuyo propósito es la forma), la razón imaginativa -y muchas veces argumentativa- por encima del simple arrebato emocional o nostálgico,  poco complaciente con los estereotipos, que cuando aparecen son tratados de forma burlística o satirizados, los cuales reflejan una irreverencia constante. ¿Contra qué es irreverente? Contra la aburrida formalidad, la repetición de modelos industriales que pretenden  pasar por arte poético. Poesía que se mueve como pez en el agua entre el ojo del artista plástico, se toma el lujo de filosofar, de conseguir el ángulo que nadie ha podido detallar, el momentum único que aparece en la realidad según una nueva perspectiva y sorprende entonces su escritura que sale del “forro de las palabras”,  totalmente libre de métricas y desembarazado de rimas y otras misceláneas.

 

La poesía de Calzadilla es un ente viviente, de inquieta expresión, libre para ser verso en cuando sea necesario, autónoma para ser prosa cuando la reflexión —donde muchas veces se refuta a sí mismo— lo dicta, libre también a medio camino entre los géneros, como si no existieran fronteras, ni pasaportes entre ellas, respira libre de etiquetas, dejando al lector un tanto fuera del límite del confort, desconcertado para bien o para invitarlo a una segunda lectura. Apreciamos también su gusto especial por lo fragmentario, por la poesía en ebullición permanente donde los textos están en transformación permanente en la medida que se van publicando sus libros, muchos poemas reaparecen, a veces iguales, otras ocasiones transformados por detalles o cortados en grandes extremidades. Cada libro es una búsqueda antológica —y éste no escapa a la intención— sumada a poemas inéditos, que van hilando un universo donde expresa a sus anchas la obra en proceso (work-in-progress) que a medida que transcurren los años y las publicaciones, generan una poesía en hipertexto en evolución permanente y que derrumba el mito de la obra cerrada con la publicación.  ¿Qué tiene esta nueva compilación que no tienen otras? Un trabajo sostenido de unos 60 años – publicados desde 1958 hasta la actualidad e incluyen como es costumbre, textos inéditos- donde se presenta un tramo significativo de la obra de Juan calificada como urbana o relacionada con la ciudad y sus elementos, y representada por textos relativamente concisos y de longitud más o menos uniforme – no más ni menos de una cuartilla – en los cuales es posible seguir el tema de la metrópoli, cual ballena que engulle cada año sus habitantes-,  bajo no pocos rasgos matizados de surrealismo, humor, sátira e irreverencia.

 

Frases de verso libre y prosa, cuya longitud hace que no puedan ser contenidas en la limitada superficie de los versos. “Yo no quiero expresarme si no en prosa llana. No más el verso medido en siete, ocho, once y catorce sílabas con todos sus acentos…” Prosa sencilla, a veces puesta en verso, liberación de moldes. “El poema debe estar libre de artificios” (dice en sus poemas prosísticos: El espécimen dentro del cual quepo, El terreno donde las circunstancias lo ponen, Acto poético puro, Buscando izar la duda ¿hacia qué?, Conexiones de arcilla).  Se puede sopesar claramente en sus textos que el precio o la deuda por esa libertad es la misma que cobra el vacío momentáneo de reglas:

 

Hay en mí un estado de cosas que propicia

el desorden. Llámese guerra civil, caos,

vértigo, violencia giratoria,

lo cierto es que busco en vano darle

un nombre para atribuir su razón de ser  

a una causa extraña a mi persona

Ya sé que el impulso loco de este desorden

no podrá ser explicado por el sentimiento

más o menos catastrófico

que en su interior pueda encerrar

un vocablo cuyo significado corresponda

a la rabia que me embarga.

Y ante la dificultad  de encontrarlo, ay,                

                agarro un arma.

 

Una rabia y un arma que explotan en la dificultad e incertidumbre de sus propios procesos autoconcientes y autocreadores, la reflexión —emocionalmente inestable a ratos, áspera cada segundo—  en la convocatoria y la sorpresa de la creación en todas sus etapas, sobre todo, en la duda, su “caos íntimamente necesario” cuya metáfora podría ser la bala. También podemos observar una cierta narratividad  de microteatro en la pauta conversacional. En este punto podemos extraer dos buenos ejemplos. En el primero, dos sujetos dialogan en sus contradicciones poéticas, el doctor (¿psicoanalista?) ante el poeta (en Su arrechera el sujeto la paga con las cosas) o en otro punto, vemos  el soliloquio del poeta interrumpido por la voz de la ciudad que se defiende de las recriminaciones del vate (tal como lo expresa en su poema Mala Convivencia).

 

En otros puntos de la geografía poética de Juan, subsiste una dramática paródica del yo (palpable claramente en sus textos Colmado por mí mismo, Paradoja del insomne, Sujeto hiperquinético, La vía desapacible, Epitafio), la cual es uno de sus temas preferidos,  y que, al continuar la lectura, no tarda en desdoblarse hacia la danza de las máscaras y en la reproducción de sí mismo en un doble (La máscara y mi doble). Asunto posiblemente relacionado con su figura de poeta y pintor. ¿El pintor convive con su doble: el poeta? ¿O al revés, el poeta con el pintor? ¿Se soportan a ratos?

 

Y ya que a Juan le encanta reírse de sí mismo y de su propio ego, también es palpable la mordacidad que expresa ante la función del poeta, por lo que se convierte en su propio verdugo, como en Levedad de la memoria: “El poeta, la obra de un gran embustero”.  Este asunto reside a un paso de la incertidumbre ante la “utilidad” de la poesía: “Deberíamos atrevernos a narrar con lujo de detalles todo lo que nos pasa por la mente en una especie de diario donde nada real sucede”.

Hagamos la relación entre lo real y lo útil. El ser exitoso debería ser(vir) para algo, ser real, producir dividendos.  Por ello estudia con acuciosidad  la manera de lanzar su sarcasmo ante el aplauso, como refiere en el poema Cuando recuerdo mis éxitos:

 

El éxito es la parte tolerable del error (.…)

Ciertamente, la columna del fracaso

está llena de cuotas que nunca terminamos de pagar.

En esta vida ni en la otra (.…)

La satisfacción  consiste, así pues,

en que los abonos parciales

que poco a poco

les vamos haciendo dan

al menos la ilusión de que el negocio

mal que bien

marcha de alguna manera.

 

En su diario, donde “nada real sucede”, el poeta nos muestra el otro lado de las situaciones haciendo gala de un ejercitado pensamiento lateral u oblicuo, un aceitado vaivén entre el absurdo y la realidad, donde muchas veces se confunden –el absurdo real o la realidad absurda-, que comulgan en la paradoja (véanse los poemas Comienzo de partida, La milla de oro) y una reflexividad constante se aviva producto de un ojo -o dos- que escruta(n) la realidad con una sensibilidad potenciada, como le presta atención en Diálogos y Ruinas del futuro. “Hay diálogos para los que está de más decir / que no es preciso hacer uso de las palabras”.

 

Juan es un poeta de raza urbana, cacri de pedigree, ladra en el asfalto, pero que se sabe más allá de la simple etiqueta, le canta a la ciudad y se sabe ciudadano de ella. Ello podemos palparlo en los poemas  Este monstruo la ciudad, Bajo nuevo aviso, El habitante precavido, Satori, Iniquidades, de qué paisaje me hablas? El espacio caníbal, Máscara de latón, Pavimento con nuevo comensal, Celebración caníbal, Piel de asfalto, Conexiones de arcilla, Aquel, El que huye de la ciudad huye de sí, Legítima defensa, Mala convivencia. Así dibuja con naturalidad situaciones con robos y armas, como en La bolsa o la vida, Smith Wesson 38, Postal perforada por un disparo, Bala perdida; accidentes de tránsito (Aún humea, Cruce de avenidas, Accidente); dilemas económicos (Plusvalía);  el ciudadano que empatiza y se asemeja a veces a los perros, él mismo parece serlo cada vez que puede (Las comunicaciones inexactas, Habla condensada la del perro, Si yo ladrara, Este monstruo la ciudad, El agorero). El ciudadano no siempre puritano, dialoga con el campo (Donde los ciudadanos evocan la vida rural), porque viene de la naturaleza y va hacia ella maravillándose (Derecho a réplica, Paisaje con ruinas, Alborada del náufrago, Fui árbol y centella el mismo día).

Comparte con nosotros la visión del artista plástico ante la contaminación  de la playa (Naturaleza con fondo marino); el mercado del arte (Esta farsa no se detiene); la tecnología (un alud personal, Software); intercambia imágenes ironizantes con los dichos populares (El uso de la equivocación es una manera de santificarla);  la visión crítica de la patria (Patria mía del humo, Oro del país). No podían faltar sendos retratos o diálogos con personajes históricos (El primer aviso, Humboldt, Camino de hormigas, Desagravio); retratos y homenajes a artistas (Blaise Cendrars, Alquimia del bárbaro, Piaff), y nadie nos protege de su forma particular de lidiar con problemas y noticias infames (Dolores de cabeza, Malas noticias); del escándalo (La condecoración);  de las situaciones aguafiestas (eso de morirse a medianoche)  y no deja escapar la oportunidad para poner la sociedad en el banquillo de los acusados como buen ciudadano (Balada del insatisfecho, Consejos de familia). Posiblemente algún lector se sienta aludido.  Sorprende la variedad temática, cuya aparente dispersión nos obliga darnos cuenta de un universo marítimo donde navegan temas recurrentes y cíclicos de una profunda humanidad inquieta y vigilante que nos lo muestra como un autor vinculado fuertemente con la realidad concreta que le circunda.

 

Un poeta que escudriña, sopesa y avalúa su palabra, hace gala de amarla,  argumenta su amor (Donde trato de explicarme, la cólera de los invisibles, las palabras no conocen el estado sólido, Crucifixión y muerte de la palabra), o de la frustración de no tenerlas (La voz a veces no me sale), y sabe que no le conviene mencionar su oficio poético ante una solicitud de tarjeta de crédito de un banco. Quizá le sea mejor decir que es ingeniero, médico, o a lo sumo, editor y no el poeta sin visa platónica de bienvenida a La República (El forastero, la levedad de la memoria), no el poeta provocador (Principios de urbanidad), no ese ser invisible en medio del camino, que escribe un diario donde “nada real sucede” -y vaya la paradoja, Juan es un poeta fuertemente vinculado a la realidad-, con su oficio esforzado y doliente, no reconocido y poco útil para la producción de capital y la sociedad de masas, aunque pueda destacarse al observar aristas diferenciales de las circunstancias, intangibles para el común de la gente —el común denominador—, no ese ser invisibilizado, engavetado.

 

Soy invisible.

Lo que ustedes están viendo es mi voz.

Que se vayan acostumbrando

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DEL PROLOGUISTA

Luis Ernesto Gómez (Maracay 1977)

Compositor y escritor venezolano. Profesor de la Universidad Simón Bolívar (2015) y actual Coordinador de la Maestría en Música desde Septiembre de 2016.
Asociado con la agencia de representación artística Quatre Klammer (Estados Unidos, 2017) #StayOnStage.
Asociado con la editorial Cayambis Music Press (Estados Unidos, 2014) Música editada latinoamericana para ensambles de cámara.
Primer lugar Premio Antonio Estévez del I Concurso Nacional de Composición de la Orquesta Sinfónica de Venezuela (2010).
Magister en Música de la Universidad Simón Bolivar (2011).
Licenciado en Música en la Universidad de las Artes (2006).
Cátedra Latinoamericana de Composición del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela (2005).

 

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Libro: La Condición urbana

Autor: Juan Calzadilla

Editorial: Acirema

Páginas: 111

Ejemplares: 1000

Año: 2019

 

«Heridas en el paisaje» 100 haikus por Juan Calzadilla y Adriana González Toledo
Fragmentos de OFICIO EN TRÁNSITO. Lecturas, incidentes,contramarchas. 1954-59, por Juan Calzadilla
Publicado en Libros de poesía.

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