‘NO CREO EN EL FIN DEL SURREALISMO’
ENTREVISTA DE FRANKLIN FERNÁNDEZ A JUAN CALZADILLA
a propósito de los cien años del Surrealismo
Septiembre, 2019
El surrealismo, el movimiento artístico y literario, cumple cien años. Se caracterizó por la búsqueda de renovación y transformación a través del mundo de los sueños, para liberar al hombre y ayudarlo a plasmar una sociedad mejor. A los surrealistas debemos los grandes debates políticos y culturales a fin de favorecer el conocimiento, y con ello el respeto, entre las diferentes culturas y civilizaciones. Es tan antiguo como la humanidad y ha venido revelándose en todos los períodos históricos. Los surrealistas buscaron reconstruir la historia del hombre y de sus culturas, desde sus primeros pasos hasta las expresiones más recientes. Buscando en el pasado las lecciones permanentes de energía, como caudal de herencias que es patrimonio común a todos. Animado por su espíritu desafiante, Juan Calzadilla, heredero directo de sus expresiones y uno de los pocos estudiosos del género en nuestro país; sigue siendo impulsor y guía de ese y otros tantos movimientos de vanguardia en Venezuela. Conversamos con el maestro respecto a la conmemoración de su centenario, el cual se celebrará en Francia y en otros países del mundo.
Franklin Fernández
F.F. Entiendo que el surrealismo realizó una propuesta de relectura del sueño y la realidad. Buscó una estética abierta, concentrada en la idea de la exploración del inconsciente (lo onírico, lo fantástico y lo maravilloso). En su búsqueda de renovación, propone la indagación del mundo de los sueños y la experimentación del pensamiento libre como un acto de emancipación política común a todos. ¿Qué respondería?
J.C. El surrealismo, como tú dices, es una estética abierta a todas las opciones artísticas, tanto a lo fantástico, como a lo onírico y lo maravilloso, principalmente en materia de artes plásticas y literatura. Aunque la afirmación es válida sólo si te refieres al surrealismo de los últimos tiempos tras haber abandonado sus dirigentes toda militancia política y renunciar en 1933 al partido comunista, al que habían adherido tres años antes. El movimiento se presentó en París en 1919 como una ‘revolución surrealista’, después de asimilar y repotenciar hasta un grado óptimo las vanguardias del período de entreguerras, como eran el cubismo, el dadaísmo, el futurismo, y por supuesto los aportes de estas tendencias, refundidas en un cuerpo de pensamiento nuevo. Las metas del surrealismo no se restringían, como hoy, a la literatura y la pintura y a la práctica del automatismo en cenáculos cerrados, sino que abarcaba y se extendía a la actividad revolucionaria y política con el fin de presentar un cuerpo de batalla para librar mediante la acción colectiva una lucha contra el pensamiento burgués, derribar el capitalismo y poder así trasformar la sociedad e ir al encuentro de un hombre nuevo, siguiendo en esto a Marx.
F.F. A casi un siglo de su creación, ¿cree usted que el surrealismo siga vivo y en marcha?
J.C. La pregunta debiera ser si el surrealismo está en capacidad de sobrevivir a la época actual sin dar su brazo a torcer y con el sólo auxilio de los manifiestos teóricos de su principal adalid y máximo teórico André Breton. Si podrá capear él solo las dificultades que se avecinan para volver a ser la revolución que hace mucho dejó de ser.
F.F. Los surrealistas compartían un profundo desprecio por la sociedad burguesa y materialista que, en su opinión, sucumbió a una degeneración a la que sólo se podía hacer frente con un arte -o antiarte- revolucionario. Y que André Breton lo retoma como ideal libertario del individuo y de la sociedad. ¿Cuál es su opinión al respecto?
C. En efecto es así. Estoy de acuerdo con eso, en el entendido de que haces referencia a la etapa heroica del surrealismo.
F.F. ¿Al surrealismo debemos los grandes debates culturales a fin de favorecer el conocimiento, y con ello el respeto, entre las diferentes culturas y civilizaciones?
J.C. Eso es cierto. Sin olvidar lo que asienta Octavio Paz cuando habla de los logros del surrealismo, como es el combate que dio al hábito individualista del intelectual burgués a la hora de escribir y actuar y a la sustitución de estas prácticas por un modelo abierto basado en el cooperativismo y el trabajo de equipo que aportó el surrealismo al ejercicio de la literatura, en pleno siglo XX.
F.F. En Venezuela no hubo muchos poetas surrealistas. Incluso, entre nosotros, el surrealismo representa una corriente tardía. Aunque nadie podría negar la enorme influencia que ha ejercido. Algunos consideran a José Antonio Ramos Sucre precursor del surrealismo. Es a partir de 1950 que aparece el nombre de Juan Sánchez Peláez como una referencia vital en Venezuela y América Latina. ¿Qué importancia da usted a nuestros oníricos predecesores? ¿La herencia del surrealismo rebasa, por mucho, el riesgo de convertirse en una equivocación, repetición o anacronismo ortodoxo?
J.C. En efecto: soy de opinión que no tuvimos poetas surrealistas sino, para decirlo con una frase de Stefan Baciú, poetas de lenguaje surrealista. O también, en otros términos, poetas parasurrealistas. Estos empiezan a ocupar espacios desde los años cuarenta hasta conformar nutridos grupos que se decían surrealistas sin contar con el aval oficial del grupo matriz que con mano inflexible dirigía en París André Breton. Impedidos de dedicarse a un proyecto grande y subestimados por el poder político local, nuestros surrealistas venezolanos hicieron lo que pudieron, remontando a partir de entonces una tradición literaria nefasta, que procedía del modernismo y el romanticismo.
A nivel latinoamericano pasó otro tanto, los grupos surrealistas que se crearon en el nuevo continente, cuando estaban bien organizados resultaban asociaciones subalternas casi sin relación con el proyecto central de Breton destinado a echar por tierra la cultura burguesa y a integrar las artes en una temeraria aventura de libertad, más allá de la literatura. Fue así como el surrealismo latinoamericano se limitó casi exclusivamente a la práctica del automatismo psíquico, con olvido de todo compromiso social o de otros presupuestos de vida, que no dependieran de la literatura. En este sentido podría hablarse, no de una equivocación sino más bien de un contrasentido, del cual se obtuvieron frutos distintos a los esperados como fue el caso de la creación de vanguardias que llevaron al desarrollo de exitosas y masivas literaturas contemporáneas en casi todos los países donde el surrealismo funcionó, y de cuyo resultado positivo nadie podría negar la contribución de este gran movimiento.
F.F. ¿Por qué se reniega, aún hoy, del surrealismo? ¿Acaso no es fuego latente, ardor y fulgor transfigurado? ¿No son diferentes para todos los hombres los sueños de este mundo?
J.C. Lo paradójico de esta actitud negativa que se vuelca furiosamente contra el surrealismo de hoy es que está protagonizada por apóstatas de él. Y consiste en que esos tercios que rechazan o condenan el surrealismo son los mismos que se beneficiaron de sus métodos o que conservaron en su escritura huellas del mal uso que hicieron de él. O que en su momento le juraron lealtad. No deja de ser una señal oportunista que conduce a pensar en ¿qué quedarían si se desprendieran de sus textos lo que le robaron al surrealismo? Nada.
F.F. ¿El sesgo irónico, mordaz y humorístico de El Techo de la Ballena, lo deben, sin duda, al surrealismo clásico, es decir; al surrealismo comprometido políticamente?
J.C. Eso es cierto solo en parte. El Techo de la Ballena no era un grupo declaradamente surrealista. Aunque no dejaran de haber entre sus integrantes quienes practicaran la escritura automática inventada por Breton. ¡Tan fácil resultaba hacer estas cosas! Por el contrario, el equipo de trabajo de El Techo hizo énfasis en que era autónomo respecto a movimientos y estilos de otras partes con el fin de verse obligados sus miembros a inventar estrategias y lenguajes propios. Lo que sí es cierto es la adopción de formas de accionar y líneas de comportamiento colectivo que ya había empleado exitosamente el surrealismo clásico, en su mejor momento, y también el dadaísmo, como eran el experimentalismo con nuevos elementos, el collage, la integración de las artes, el humor, el uso del espectáculo y sus clisés y el manifiesto panfletario como discurso estético, todo ello con el fin de ganarse a un público que en su gran mayoría era de izquierda o apoyaba a las guerrillas.
F.F. Pareciera que el surrealismo fuera un movimiento perpetuo o eterno. ¿Morirá algún día? ¿Perecerá? ¿Llegará a su fin?
J.C. No creo próximo el fin del surrealismo. Eso podría suceder y hubiera sucedido si se hubiera limitado a ser una corriente literaria o una fórmula de escribir, como pasó con otras tantas tendencias, incluso entre las derivadas del surrealismo mismo. Al cabo de cien años el surrealismo está más vivo que nunca, pero soterradamente, fuera de los grupos literarios. Y eso sucede porque el surrealismo, o lo que se entiende por éste, se ha estructurado de forma tal en el lenguaje literario y hablado que ha terminado consustanciado y formando parte de él, a flor de piel, listo a manifestarse incluso en el habla popular. Y, por otra parte, el surrealismo no hace más que fortalecerse gracias a las nuevas tecnologías de información, la ampliación del campo fonético, los nuevos estudios sobre el inconsciente y los experimentalismos, etc. Incluso visto en el campo literario, sin meter las complicadas metodologías de los manifiestos de Breton. Y podría esperarse que siga creciendo de su cuenta, como lo hace una selva en su elemento vegetal, debido a que el surrealismo es autónomo de toda intención de hacer de él un producto comercial, como quisiera el neoliberalismo de aquí y de allá.
Mientras existan enormes zonas verbales por explorar en la psique de cada individuo y de la masa humana, eso que vulgarmente se conoce como surrealismo y que André Breton definió como una corriente magnética, persistirá por los siglos de los siglos en los cinco continentes. Porque allí, en esas regiones oscuras del entendimiento humano que no están bajo el dominio de la razón, aunque sí bajo su control, prosperan enormes imaginarios prestos a salir al primer llamado de una palabra y bajo el impulso de ésta.
Pero esas fuerzas internas que se presentan de modo caótico escapan a la servidumbre de cualquier poder extraño a ellas, son autónomas, se organizan en cualquier parte, han dejado de estar al servicio de agrupaciones literarias, asociaciones de vecinos, academia, ejercito o gobierno alguno como no sea el que la libérrima imaginación de cada individuo se da a sí mismo.
De forma tal que podemos concebir el surrealismo como un suprapoder del espíritu que escapa por completo a los dictados de los grupos que quieran adueñarse de funciones que se corresponden más con las de la vida que con la de sus intereses personales.
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Franklin Fernández
(Caracas, Venezuela, 1973). Artista plástico, poeta, promotor cultural. Ha publicado los libros: El Señor de Barcelona (Textos sobre la obra de Régulo Martínez, Fundación Editorial El Perro y La Rana. Caracas, 2017); Silabario del Incierto (entrevistas a Juan Calzadilla, Fundarte, Alcaldía de Caracas. Caracas, 2015); Trizas (aforismos, 1998-2015. Libros El Albur. España, 2015). Poemas-Objeto: Cuerpo y textura de la poesía (Poesía-objetual, 1998-2008. Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas, 2011); La Imagen Doble (entrevistas a artistas plásticos y poetas hispanoamericanos, Fundación Editorial El Perro y La Rana, Ministerio de la Cultura. Caracas, 2006); Simples (aforismos, Fundación Editorial El Perro y La Rana, Ministerio de la Cultura. Caracas, 2006); La Escritura y tú (aforismos, Sistema Nacional de Imprentas, Estado Anzoátegui, 2010); Breves (aforismos, Editorial El Pez Soluble. Caracas, 2000).
Contacto: brossamadoz@gmail.com