San Felipe, lunes 03 de junio de 1996
ágora
La de Calzadilla es una voz humana, con mayor carga conceptual, afianzada más en la idea que en la forma de la palabra y, de manera espontánea, no tiene dificultad para hallar contraste y paradoja en la cotidiana expresión de las personas de las personas. Su poesía, a pesar de las apariencias, no se queda en un mero juego de palabras, su sentido es evidente y acaso se apega un poco más a lo que antes se conocía como filosofía. Un ejemplo tenemos en
La forma de la felicidad
Toda felicidad tiene una forma. Toda forma
adquirida por la felicidad tiene su precio,
así sea ninguno. Lo que pagamos por ésta
debería ser poco en comparación con el beneficio
recibido de ella. De lo contrario
nos haría infelices haber pagado demasiado,
aunque juzguemos que su precio no era alto.
Todo esto hace la felicidad inapreciable
y por ser inapreciable no deberíamos
haber pagado nada.
Es una poesía racional; su concordancia y construcción son gramaticales, y su sentido lógico, sin dejar de ser poesía, hasta con cierta musicalidad por su ritmo, pero no hay fantasía, su pintura es realista, figurativa; revela verdad y credibilidad, así como cierto dejo de incredulidad, en comparación con la expresión del común de la gente. En el caso del ejemplo presente, ¿quién no anda tras la felicidad, comúnmente considerada como inalcanzable? Mas, lo que no todos comprenden es que siempre es necesario pagar algo por ella; poco a poco pero algo, porque de otra manera no hay logros ni metas en la carrera en pos de ella y, entonces, es cuando Juan Calzadilla nos sorprende al concluir que ella es inapreciable y, por consiguiente, siendo así, sea muy grande o muy pequeño su valor, no vale la pena pagar algo por ella: no debemos pagar nada por ello.
Al menos, admite haber pagado por ella, pero no dice cuánto ni cuando. Sólo nos deja poética y conscientemente planteada la duda. Satírica es también su palabra, sobre todo cuando del tratamiento a los políticos se trata:
¿Cómo puede ser escéptico alguien que habla desde la altura del poder?
¿Que toma decisiones sobre lo que debe hacerse en esta o en aquella materia y que, encima, se aprovecha de su posición para decir que, como es escéptico, no se compromete cuando dice que es escéptico?
Y lo declara en rueda de prensa.
La ironía es también muy bien manejada por Calzadilla y toma prestada así la técnica japonesa del Haiku al referirse en tres versos al bautizo de un libro de este género en Caracas. Nos deja el beneficio de la duda sobre la calidad del libro quién sabe de quien.
Los libros que
a los vasos con wisky
servían de pedestales
Juan Calzadilla acaba de visitarnos aquí en San Felipe, y ágora aprovechó unos minutos para conversar con él sobre su poesía y sus trabajos como crítico de las artes plásticas.
La sociedad está obligando al arte y al artista a cambiar
El arte ha perdido su función subversiva
–Declaraciones de Juan Calzadilla, invitado de la Casa de las Letras “Gilberto Antolínez” y del CETA
–Hay el postulado de que “no hay obra que no sea de arte”
–El artista se ha vuelto cómplice de la tecnología y de la sociedad industrial
–El poeta es un ser auténtico pero un ser marginal
–De por sí, la poesía debería ser revolucionaria
–En este momento, hay una gran confusión en el arte pictórico
–Se impone que los artistas sean auténticos y usen los medios específicos de cada género.
Juan Calzadilla era uno de los que se sentían muy satisfecho, en su medio, bajo el “Techo de la Ballena”, en los años de la prodigiosa década de los 60, en este siglo que estamos a pronto de consumir. Fue el decenio de la ilusión desarrollista, estimulada por la llegada del hombre a la Luna. Acerca de ello, Robinson Quintero Ossa, prologuista de la antología “Malos Modales” de Juan Calzadilla, dice lo siguiente:
“Insurgió el Techo de la Ballena, año de 1961, para restear el magma contra la democracia de los farsante, homenajear a la cursilería contra la democracia –con humor y desenfado– poner en entredicho a los voceros del cinetismo, degradar a la literatura consagrada y, finalmente, desenmascarar al país con el Homenaje a la necrofilia, justo cuando la muerte política era hecho cotidiano. Con el Techo de la Ballena, Juan se sintió en territorio patrio y casa propia. Generaba subversión. Convertíase en no perseguido por la fauna ciudadana…”
Para ágora era indispensable conversar con este personaje altagraciano (nació en Altagracia de Orituco, 191) que a los 65 años de edad se mantiene joven y orgulloso de haber sido uno de los protagonistas de la mencionada época. Vino invitado por el Centro Experimental de Talleres Artísticos (CETA) dirigido por Orlando Barreto, con cuya compañía, Juan Calzadilla, nos visitó en la sala de redacción de estas páginas hebdomadarias, circunstancia en la cual lo invitamos a hablar para nuestros lectores.
–Sí, CETA, a través de la Casa de las Letras “Gilberto Antolínez” me ha invitado, y gustosamente he aceptado esta gentileza, pero debo advertir que vengo de manera independiente, no en representación de ninguna institución u organización cultural. He aceptado la invitación para dar a conocer mi propia obra, a través de la lectura y para enterarme un poco de lo que están haciendo actualmente los pintores aquí. Con esto se llenan dos expectativas, respecto a las cosas que yo hago: por un lado, lo que se podría llamar la crítica del arte que es una de mis actividades y por otro, la literatura que me inserta más en la poesía que en cualquiera otra cosa, aunque a veces incursiono en el campo del ensayo. Estas son las dos facetas que yo, supuestamente, vengo a cubrir en Yaracuy, debido a la cordial invitación que ya he mencionado.
–¿Qué visión tiene usted del arte pictórico, en general?
–En general, para referirme también a lo que pasa en Venezuela, porque Venezuela se inserta perfectamente en lo que pasa en el escenario mundial, hay una gran confusión en este momento, hay una detención completa de la propuesta, de la investigación, un incesante replanteo de cosas que ya están dichas y una utilización quizás excesiva de los lenguajes que se han puesto de moda en otros lugares. Esto está afectando a todo el orbe, en todas partes se está repitiendo los modelos de grandes centros desarrollados y se ha llegado a considerar que es lo único que vale la pena hacer, y lo que suscita el interés de los curadores, las galerías y los museos es la relación con los lenguajes dominantes que se encuentran fuera.
–Venezuela no se escapa de eso…
–Es que nosotros estamos muy vinculados a los Estados Unidos, más que en cualquier otro país de Sudamérica, diría yo. Lo que se llama aquí vanguardia está muy dependiente de lo que se hace e los grandes centros de dominación. A veces no se entiende como vanguardia si no eso. Está pasando, por ejemplo, la creencia de que el arte está despareciendo o ha desaparecido, y tiene que ser asumido por lenguajes alternativos como el video, pongamos por caso, y la fotografía en algún modo. Es decir, que estamos perdiendo aquellas cosas que le daban fortaleza al trabajo de los aristas nacionales del siglo pasado, lo que podríamos estimar como una tradición. Todo ello se plantea hoy día e el marco de una completa crisis de valores y de lo que se ha llamado la post-modernidad.
–Dentro de ese trabajo que se confunde con la tecnología ¿podría incluirse el “cinetismo”, los móviles por ejemplo, de Jesús Soto y de Cruz Diez?…
–No, exactamente. Creo que Jesús Soto y Cruz Diez ya están ya están en una dimensión tradicional, superados por lo que se llama hoy los “miria”, expresiones mucho más complejas de lo tecnológico pero que a mí me parece que no se insertan sino en una sociedad desarrollada, no en unos países que están emergiendo de una problemática, de una crisis de subdesarrollo tan grande, y me parece que eso no tiene que ver tampoco con la valoración artística ni con la calidad, porque no sabemos qué va a pasar dentro de 100 años, y no sabemos si en ese lapso otra vez van a volver al curso anterior. Lo que se impone, entonces, es que los artistas sean auténticos y que realicen sus obras con los medios específicos de cada género, trabajar y hacerse resistentes al sistema y a las modas, a la tecnología al servicio del consumismo.
–Visto de ese modo, ¿la tecnología podría considerarse como una especie de superestructura del arte?
–Siempre que esté al servicio del arte y que se proponga como arte, cosa que es muy fácil de hacerlo porque hay el postulado de que “no hay obra que no sea de arte”. Si usted justifica lo que usted hace como obra de arte, entonces es reconocido como artista y su obra como obra de arte. Naturalmente, eso sorprende, es consternante porque se pregunta la gente, ¿cómo puede ser arte todo?, pero esta es la fórmula que le permite a gente que ya no cree en la pintura, pensar en otras soluciones que están más allá e la posibilidad artística por la vía de la sacralización de la tecnología, del medio en sí mismo. Y es una corriente ya vieja que tiene antecedentes en todas esas tendencias de los años 60 y un poco antes, que tendían a darle más importancia al medio, al material que a la imagen y al resultado. Se fue creando así una corriente favorable a ese pensamiento, a este dominador: divorciar la forma del contenido, de modo que se puede hacer del contenido la finalidad misma, y eso es lo que está pasando hoy, tenemos un arte sin contenido, sin posiciones comprometidas de ninguna índole; u arte que sirve al sistema, sencillamente, y que ha perdido toda su función subversiva, porque tú no puedes ir contra alguien utilizando sus propios medios, porque lo que estás es legitimándolo, y eso es lo que pasa hoy en día con la tecnología, dejando atrás la posición del artista siempre en contra de algo y en contra del sistema. Siempre fue subversivo y lo subversivo era lo que estimulaba el progreso del arte, y no se concebía el progreso si no era en lucha contra algo que le oponía resistencia: los juicios caducos, las tradiciones, el mercantilismo, para citar algunos ejemplos. Hoy en día, ¿dónde están planteadas esas contradicciones, si el artista se ha vuelto cómplice de la tecnología y dela sociedad industrial?…
–¿Qué porvenir ve usted para el arte en Venezuela?
–En este momento la cosa es difícil porque el artista se mueve en un medio contradictorio entre la necesidad expresiva de crear obras, y las posibilidades que nos ofrece el medio, que son únicamente comerciales. Hoy, para que un artista tenga éxito tiene que plegarse a los patrones del mercado que son los que en este terreno tienen la palabra, entonces, el artista está sometido. Este es un tipo de artista, por un lado, y por el otro, el artista en el que uno podría creer, porque está más cerca de las raíces, de lo auténticamente artístico, entendido en lo que fue siempre el arte. El primero es el que pertenece al sector que no puede vivir del arte, sino de la promoción, a través de los proyectos financieros por las instituciones, por los grandes museos, por ejemplo, en una actividad que como arte es gratuita. Si tú haces una gran instalación, que no puedes vender a nadie, porque nadie va a tener una instalación en su casa, una cosa monstruosa pero, en el fondo, el financiamiento de eso te lo está dando el sistema.
–Posiblemente, el artista más afectado, en este sentido, sea el poeta, ¿es así? La poesía tiene muy escaso mercado…
–Es aceptado que los poetas sean víctimas de las crisis, de las limitaciones, porque esto es estimulante para la labor y lo hace mantenerse fiel a su pensamiento, a su credo. La poesía no evoluciona sino en un sentido de profundidad, pero no evoluciona en el sentido de las modas o de las tecnologías, lo que pasa es que el poeta es un ser auténtico, pero un ser marginal, incomprendido en su soledad, y eso es lo que precisamente hace el poeta que funcione muchísimo más en esta época.
–Alguna vez se habló de la poesía comprometida, sobre todo en los años del auge de la teoría revolucionaria…
–Pienso que pasa en la poesía lo que pasa en general con el fenómeno de las artes, que hay una fragmentación de las propuestas. No hay una poesía única que oriente todas las búsquedas. No hay unos patrones únicos de creación de poesía, que tampoco existen en las artes plásticas, y esto es muy importante, porque antes se creía en las vanguardias porque eran lo último que se estaba realizando y todo el mundo tenía que hacer eso. En poesía tampoco ocurre esto. Cada quien tiene su camino propio, el que esté más de acuerdo con sus capacidades expresivas, pero había un prejuicio contra la poesía social, sobre todo cuando estaba al servicio de lo cartelario, de las ideologías, de los radicales, de las revoluciones. El mismo Neruda tiene muchísimo prestigio por sus posiciones políticas, como poeta, y a veces tiene más prestigio por su militancia que como poeta mismo, pero eso no quiere decir que no haya una poesía social ni que la poesía social esté privada de posibilidades. Creo que hay actualmente muchas partes donde está dándose una poesía social, una poesía de protesta. Naturalmente, en lo que ya no se cree es que, esas posiciones sociales tengan que ver con las utopías revolucionarias. Seguramente que habrá en Cuba poetas, o en algún otro país socialista, que estén como al servicio de la revolución, que le canten a las estructuras del poder; pero, en países como el nuestro, del orbe capitalista, la poesía social al servicio de causas revolucionarias está muy desacreditada, casi no es cultivada, lo cual es distinto a que se piense que no hay una poesía revolucionaria. Hay que pensar en que la poesía de por sí debería ser revolucionaria, porque es un vehículo de transformación, de reflexión, que debería afectar al poeta transformándolo y debería afectar al público transformándolo también; podemos decir, por lo menos teóricamente, que es un lenguaje revolucionario.
–Pero la expresividad, creo yo que debe tener algo de temporalidad, contemporánea con la época que se esté viviendo…
–Pienso que esa es una de las ideas que más me han manejado con el problema de la modernidad. Este es el fundamento de la modernidad en las artes, al menos, la literatura incluida; una evolución que era propia independientemente de la realidad, que eran las formas que evolucionaban pero de manera autónoma, parece que las tendencias se iban superponiendo unas a otras, dejando afuera la realidad. Entonces se descubre que la realidad es mucho más importante de lo que se pensaba, que las cosas están cambiando por la afluencia delo que está pasando alrededor. La sociedad está obligando al arte a cambiar, y al artista también a cambiar. ¿Qué es lo que pasa hoy día’… El arte abstracto no se podía sostener más porque las exigencias de la sociedad, en relación a todo lo que estaba pasando alrededor de los medios de información y el progreso, animaron a pensar en otro tipo de imagen, y entonces interrumpe todo el movimiento de las vanguardias que se consideraba autónomo.
–Y aparte de la temporalidad debe también contar con espacio…
El arte es profundamente temporal, y esa es la fatalidad porque escribimos para este momento, pero no estamos escribiendo para el futuro y el que tiene la palabra es el futuro que va a decidir sobre lo que es válido. Hay un dicho muy famoso, que no es de Borges, sino que Borges lo toma y lo difunde: “Nadie es escritor ates de morir”. Una paradoja: Nadie es artista sino después que pasa mucho tiempo. Es la posteridad la que decide y que se erige sobre una especie de drama, esa tragedia del escritor, del artista que no pueden trabajar sino en función de lo que viven, mientras que el arte es eterno, la vida es corta y el arte es largo.
–Esto sería aplicable a todas las colectividades del ser humano ¿usted lo cree así?
–Yo pienso que sí. Pienso que toda actividad que el hombre realiza con pasión, lo cual le produce a él goce, disfrute, es una actividad artística. Por eso, un coleccionista de objetos, de cierto modo es un artista porque se está realizando como ser ahí, plenamente, o digamos, un mismo dirigente social, un artesano. Estamos en ese punto que se está considerando que arte es cualquier cosa.
¿Sobre qué está trabajando actualmente Juan Calzadilla?
–Ahora estoy trabajando, y ya está concluido, en un estudio sobre Pedro Ángel González, un pintor venezolano que se inició en paisajismo, es un paisajismo muy especial que es el de la Naturaleza, la vuelta a la Naturaleza vista como tal. Hago una revalorización de él como proyectándolo a lo que podría ser en el futuro una de las salidas del arte actual, que es volver a la Naturaleza. ¿En qué condiciones? …Bueno, eso habrá que verlo y dependerá de cada artista, pero pienso que ese es un fenómeno que se va a dar, porque estamos cansados de imaginismo; el imaginismo está agotado; la subjetividad tuvo su apogeo con el arte abstracto y con la escritura hermética; ahora estamos volviendo –no digamos hacía atrás–, recuperando una línea perdida. Ese es un libro que va a salir ahora, y tengo también pensado un estudio muy completo de la obra de Reverón en el cual estoy trabajando desde el punto de vista de su pensamiento acerca del mundo y de la obra de arte.
Transcripciòn: María Cervantes
Mayo, 2018