Juan Calzadilla (1931) se adelantó a su generación, como Silva Estrada, en eso de publicar poemas que señalaban nuevas búsquedas y una actitud más suelta ante el hecho creativo. Primeros poemas (1954), La torre de los pájaros (1955), Los herbarios rojos (1958), versos y prosas que indicaban una aproximación vacilante a un lirismo más audaz, a un lenguaje surrealizante, a una liberación de las imágenes, a una incipiente rebelión existencial. Hasta ese momento la poética de Calzadilla parece aceptar aún la estética, como valor fundamental. En realidad será siempre un excelente escritor de poesía.
Las rupturas de diversas índole -políticas, culturales, ideológicas, artísticas, generacionales- que se agudizarán desde 1958, moverán a Calzadilla a precisar su tónica poética, a definir su escritura afin al surrealismo, pero también a una versión o interpretación suya del existencialismo materialista, de la rebelión. Su gestión en El techo de la ballena fue muy destacada y textos suyos como Abraham lanza miradas terribles, El gran Público y Una asamblea en la hierba, mezcla de humor, disparate e imaginación, dan la medida de su desenvoltura y gran facilidad de escritura. Pero Dictado por la jauría (1962), culminación de un proceso intelectual y literario tendiente a poner en tela de juicio la realidad social, las inseguridades y el sentido mismo de la acción humana, evoluciona hacia un humor negro incisivo, hacia una denuncia implícita, hacia una insurgencia psicológica de corte nihilista, convirtiendo en metáfora fundamental la exposición del hombre contemporáneo como preso, como reo condenado de antemano y sin saber por qué. Por eso, imaginando la situación de lo que él califica de «prisionero de su conciencia», escribe:
«Un muro muy alto lo sustrae por completo de esa ciudad en la ha vivido y por la cual tan sólo experimenta ahora una gran repugnancia. La ocupación principal que hemos dado al prisionero consiste en obligarlo a pasearse sin descanso a través de lo que, visto de más cerca, resulta ser un laberinto cuyo espacio interno imita exactamente las circunvalaciones de su cerebro.
Un condenado a quien hemos dado muerte… «
A lo largo de otros libros, entre los que se destacan Malos modales (1965) y Ciudadano sin fin (1969) – del que forma parte el poema citado- reiteró su reto a la realidad, su exposición del hombre alienado de las oficinas, del hombre acosado por el absurdo – su obra tiene toques kafkianos- y el automatismo psicológico. Calzadilla rehusa el optimismo humanitario, la evación y la trascendencia. Hay una velada ferocidad, en su obra, contra la salud psíquica, la euforia del triunfo. Siente la vida en sociedad como una incurable enfermedad de dependencias, rechazos y enajenaciones. Con la frialdad aséptica de un cirujano de Gran Guiñol, procede a mutilaciones y vivisecciones aterradoras. Pero rehusa para esas operaciones cerebrales los efectos verbales truculentos. Su lenguaje es de una fluidez admirable, de una precisión expresiva envidiable. Si bien no le asustan prosaísmos, feísmos y hasta algún que otro tremendismo ajustado, dista mucho de los discursivo – que tiene por ejemplo Víctor Valera Mora- o de las faltas de gusto y los miserabilismos propios de poetas que siguen la misma orientación suya. Si alcanza a irritar, a quedar mal, a chocar, ello es obra de una calculada y segura técnica literaria, de un lenguaje que se propone ser impersonal, coloquial, hablado, narrativo, no obstante reforzado por una gran habilidad metafórica, por una indiscutible capacidad de invertida surreal, absurda, mítica, fantasmal.
Una de las líneas de desarrollo de la actual poesía, como ya se dijo, es ésa que Calzadilla trazó en Dictado por la jauría. Se impone señalar, en ese caso, que los textos de este poeta constituyen, quizás, el más apreciable logro literario, en el entendido de que su proposición no consiste en una simple comunicación lírica, sino en un ir más allá del lenguaje, para tomar partido contra una realidad repudiada. Pero ese partido tomado por Calzadilla, no tiene color político, ni parcialidad ideológica. Es una rebelión anárquica en el mejor sentido de esta palabra: una negación, un desembocar en la nada. Saludable ejercicio de ascesis en una era de abundancia tecnológica y de bienes de consumo como la nuestra.
Tomado del libro Panorama de la literatura venezolana actual. Editorial Alfadil, Caracas, 1995 Páginas: 198-200