Elsa Gramcko llegó un poco tarde al geometrismo y si extrajo alguna consecuencia positiva de este fue la de haber trabajado con relativa libertad ˗y cierta inocencia˗ en una gramática neoplástica que, lejos de todo dogmatismo y sin perder austeridad, se inscriba en la pintura de caballete.
Cuando se habla del estilo de los sesenta se da a entender con ello una experiencia concreta: los estilos orgánicos de la abstracción matérica que eclosionaron como reacción contra el racionalismo de la década precedente. La desazón y el pesimismo que desde entonces han hecho que los verdaderos artistas se sientan cada vez menos solidarios con los progresos de esta civilización, iban a marcar con la impronta de un fuerte individualismo ˗cuando no con la violencia de una antiestética˗ a la mayoría de los planteamientos de aquella época. Los artistas debieron enfrentar las duras condiciones que imponía el trato con la ciudad y para poder sobrevivir al exterminio se agruparon o sencillamente buscaron en el aislamiento reflexivo una razón existencial profunda.
Elsa Gramcko fue de los últimos artistas que, trabajando solos, hicieron más para contribuir a dar perfil, con rigor y lucidez, al estilo matérico de los años sesenta. ¿Quién no recuerda las obras negras de aquel período en que un silencio casi monacal invadió las texturas de sus obras inspiradas en muros, portones y enclaustramientos? Dejó atrás, así, el color y la geometría plana, reclamada ella por una forma más autoexpresiva y de naturaleza espacial, suyo significado venía dado por las tensiones de las superficies texturadas casi uniformemente, sin caer en el gesto. El empleo de objetos pegados o de formas incisas vaciadas en la superficie granulosa como signos metafóricos de nichos, postigos o rejas, revelaban ya una sensibilidad escultórica que en adelante marca a toda su obra.
Al emplear texturas pobres ella no perseguía un propósito meramente demostrativo, como sucedía en la obra de los informalistas. Buscaba en los materiales, en su energía interior, incluso entre los materiales de presencia corpórea, no tanto el efecto de organización como el clima, la atmósfera espiritual, casi de sobrecogimiento que a la vista de su obra, recibía el espectador. Elsa Gramcko fue más allá de una estética e los materiales brutos y tampoco aceptó el formalismo de los constructivos y cinéticos. Rechazó la fácil premisa que pedía redimensionar estéticamente los desechos urbanos, y por el contrario les confirió a estos, en el cuadro, una estructura solidariamente elaborada, pensada. Poco a poco, a partir de 1964, fue poniendo énfasis en el volumen y realizó esculturales en aluminio, de tamaño monumental, que asombraron por el dinamismo de las formas.
Los procedimientos de un artista pueden variar, pero no el fondo de sus creencias; aquellas y estas, aunadas, conforman su pensamiento estético, y este da coherencia a su trabajo a lo largo de la práctica.
Al revelar la materia, Elsa Gramcko encontró la religiosidad que buscaba expresar en su obra a través de un lenguaje de espacios densos y opacos. Arenas del desierto lunar animadas por el ojo de un extraño silvin de faro; Elsa Gramcko trabajó en obras seriales, hasta agotar obsesivamente un tipo de ensamblaje construido a partir de una o más piezas de desecho, hasta agotar una familia de formas ensambladas sobre texturas de gran densidad y aspecto granítico, variando a veces el tono de las monocromías de estas o el tamaño de los objetos incorporados, haciendo cortes geométricos aquí y allá y cavando la materia para conjurar un espacio tenso y misterioso, nicho o portezuela. La parca orfandad del desecho rescataba ante el espectador el destello religioso e la humilde, con una fosforescencia de ojo “como si un dios viese” (F. Pessoa). Uno de sus mejores logos fueron las estructuras repetitivas en que utilizó sistemáticamente placas de acumuladores que ella transformaba en espacios reticulados, de honda temporalidad. Tomar los objetos era transmutarlos.
Los procesos están siempre en la base de los resultados. una nueva etapa se halla latente en la anterior. Los materiales a menudo son presentidos antes de que comiencen a ser empleados. Así, Elsa Gramcko encontró la madera después de haberla sugerido en una serie de cuadros cuyas formas, cavadas o salientes en el plano texturado de la obra, evocaban listones o tablas, formando una composición de barras horizontales o verticales. Al emplear la madera no ha cambiado sustancialmente sus ideas, solo que ahora el ensamblaje se muestra en su mayor despojo, inhollado casi, para restituir el clima que propicia un discurso sobre la soledad (acompañado a veces por grafitia filosóficos, simplemente sobrepuestos e incidentales): Comunión aún más estrecha con el material y su capacidad de ilusión figurativa a través de una mayor libertad para apropiárselo sin alterar su estado natural.
Una estética del desecho que descanse más en la realidad de los objetos encontrados que en la manipulación de estos, no solo sobrecoge sino que, para ser auténtica, supone armarse de un valor como el que lleva a Elsa Gramcko a comprometerse a fondo en una crónica del detritus urbano.
A medida que el tiempo pasa y lame la superficie de las cosas, los objetos tocados por la magia de la intemperie se tornan más y más portadores de una huella o experiencia poética que es mayor cuanto más legible en su página se haga el recuerdo de la función que cumplieron.
Pero los objetos o fragmentos solo comienzan a tener sentido para lo que el artista propone cuando son asociados en un contexto nuevo en el cual la suma de las partes está subordinada a la relación de los componentes y a la atmósfera que crean.
El problema que generalmente resuelven los artistas al incorporar objetos encontrados, consiste en darles una organización plástica que funcione formalmente por equivalencia con la pintura o la escultura.
Elsa Gramcko sabe prescindir de una formulación puramente estética. Su método excluye considerar el objeto exclusivamente en su valor formal.
Respeta la carga de sentido de este y la asimila a un conjunto en donde los elementos, de proveniencia semejante, se integran como módulos en un ensamblaje que adquiere aspecto serial y homogéneo de obra a obra. Tales son los trabajos que ahora presenta en la Galería G.
Ensamblajes construidos con listones y tablas quevan agarrados al soporte por fuertes tornillos cuyas cabezas se integran a la composición para ofrecernos una metáfora de las ligazones precarias del hombre al medio, una metáfora de esa íngrima morada, morada humana en la cual ventanas, puertas y postigos se erigen en un horizonte ciego de la mirada, allí donde se abre la realidad del cuadro magia y poesía últimas.