Juan Calzadilla o el oficio transdisciplinario – Gladys Yunes Yunes

visual, compuesta de imágenes, en la cual, plásticamente hablando, signo y sentido son lo mismo. Eso explica que yo haya encontrado en el borrador del poema, o del texto de la página, una matriz primera del dibujo en su correspondencia con la hoja de un soporte en donde, siguiendo las tensiones de la pulsión automática, se ejecutara un dibujo de formas abstractas o figurativas.

Juan Calzadilla[1]

Para la mayoría de los artistas la noción de crear no se refiere, de manera precisa, a la realización de determinado tipo de objetos y a que éstos den cuenta de una cierta materialidad, es decir, que respondan a un concepto específico de lo que es el arte. Hay quienes entienden la creación como la voluntad de indagar, de manera paralela o simultánea, en distintos lenguajes, pero, en el fondo, todas esas búsquedas tienen como propósito comunicar un sentir, una idea.

Es este el punto que nos interesa como inicio, tal vez como umbral necesario para adentrarnos en el conocimiento de una obra que no es una expresión única, sino que se extiende y comparte espacios entre lo reflexivo, lo poético y lo artístico. Podemos entonces comenzar nuestro acercamiento a Juan Calzadilla afirmando que él pertenece a esa genealogía de autores que no se contenta con lograr resultados solamente con la plástica, sino que también se expresa elocuentemente en disciplinas como la poesía. En paralelo con el arte de la visualidad, la poesía se constituyó en un área con la cual ha sido consecuente, a la que le ha otorgado una fidelidad virtuosa. De igual modo, Calzadilla se ha interesado por el pensamiento teórico, por la revisión histórica y por el patrimonio que como legado dejan los artistas.

La pintura es un medio que propone sustancialmente la aprehensión, al igual que la poesía, de un significado, la diferencia estriba en que en una se recibe desde la imagen y en la otra desde la palabra. La pintura cuenta con la emocionalidad que suscitan las formas, el color, las texturas, las armonías y las gradaciones tonales, en definitiva, con el conjunto de elementos que conforman el lenguaje plástico. La poesía, en cambio, se aprovecha del recurso de la memoria para incitar la asociación de imágenes y situaciones, la evocación como medio que induce a la experiencia estética. Pintura y poesía no son expresiones que podamos considerar complementarias, entre ambas no se da un espacio de interdependencia como suele ocurrir entre la pintura y el dibujo o entre éste y la escultura.

Sin embargo, es conocido el enunciado que resulta de los poetas “interpretando” las formas inventadas por los artistas, tanto como las ilustraciones que los pintores han elaborado a partir de las imágenes sugeridas por los poetas. En este ámbito de relaciones surgen otras propuestas como lo es la disertación y el análisis en torno al sentido de una obra plástica, lo cual supone expresarse en un lenguaje distinto al del objeto, con la intención de hacer más amplia su comprensión o de proponer diversas lecturas sobre el tema.

Durante siglos se ha debatido acerca de la posibilidad cierta de que las creaciones artísticas brindaran una significación que pudiera estar por encima de su apreciación inmediata, y sobre las proximidades o diferencias que se plantean entre ellas, discusión que se ha centrado con particular intensidad en la relación entre poesía y artes visuales. De acuerdo con los teóricos de las letras, uno de los aspectos centrales del debate propone la imposibilidad de construir un discurso sobre la obra en tanto que hecho perceptivo, delimitada en el tiempo e impedida, por tanto, de propiciar una narración que pueda ir más allá de lo que la imagen representa, mientras que la poesía estimula la imaginación del lector, cuya mente discurre a partir de lo que precede y va al encuentro de lo que prosigue.

Para los defensores de las artes plásticas esta forma de expresión recurre a uno de los sentidos más agudos del ser humano como es la visión, lo que le permite reconocer las formas sensibles del mundo y de la vida. Así, para pintores como Henri Matisse,

…la pintura es para representar visiones interiores…, ver ya es en sí un acto creador… se evoca lo que la mirada produjo en nosotros como acto que requiere trabajo…[2]

Estas referencias nos permiten concluir que, de alguna manera, las percepciones del poeta y del artista son semejantes, pero más allá de los postulados teóricos, de las posiciones inflexibles, de las controversias, se reconoce que el análisis reflexivo e interesado en la naturaleza del objeto creado en el arte no lo agota como forma, ni lo condiciona como hecho estético; ofrece, por el contrario, nuevas vías de acercamiento a su naturaleza otra, a su versatilidad como imagen, a su representación cambiante y sugestiva. Las obras surgidas del mundo de la plástica son, más que meras formas, construcciones deliberadas, en consecuencia, estructuras significantes. Le ofrecen al espectador la posibilidad de construir a partir de un conjunto de elementos su propia “explicación” de la obra, semejante a la de otros espectadores, pero esencialmente distinta en tanto que se nutre de sus experiencias personales. En tanto que lo creado por la poesía propone un suave desplazamiento por la mente, impulsa la aparición de espacios diversos e inéditos, desiguales si se los ve en relación con el espacio externo pero indisolublemente unidos a éste.

Otra vertiente de acercamiento al hecho creador también atrae la atención y el interés de Juan Calzadilla: es la indagatoria que tiene como finalidad hallar en el trabajo de los artistas del país, en el trabajo de sus colegas, de muchos de sus compañeros generacionales, las referencias precisas que le permitan elaborar un discurso crítico pertinente sobre el arte venezolano como totalidad, como lenguaje que expresa las búsquedas y las necesidades de una sociedad recreadas desde la mirada de los artistas.

El artista

Antes de adentrarse en las prácticas del arte, Juan Calzadilla había realizado estudios en Letras y Filosofía en Caracas. Esta versatilidad de intereses, anuncian el accionar futuro del autor, su inclinación por asimilar formas comunicacionales diversas, su voluntad de hacerse del amplio y complejo universo de lo artístico. Es así como, a mediados de los años cincuenta, incursiona en el periodismo, en la crítica de arte y, asimismo, ingresa en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas donde ensaya sus primeros bocetos.

Esa experiencia lo impulsa, anima y motiva, y lo va a vincular de inmediato con un escenario distinto a la actividad plástica, ajeno al acto necesario y meditado de la creación, pero vinculado con éste por muchos de sus más reconocidos protagonistas: hablamos de la acción política. A comienzos de la década de los sesenta la situación del país, que recién salía de un período dictatorial, era tensa en medio de la discrepancia política. Los grupos de izquierda asumieron una posición crítica, de confrontación con lo que consideraban un modelo social agotado; en ese contexto muchos artistas se definieron políticamente a través de su obra. De esa dinámica surgirán grupos como el del Techo de la Ballena y el Círculo del Pez Dorado que buscaban, fundamentalmente, la renovación del lenguaje plástico.

Fue un tiempo de gran intensidad política y social; alrededor de El Techo de la Ballena se reunieron los jóvenes más entusiastas; nombres como los de Adriano González León, Salvador Garmendia, Francisco Pérez Perdomo, Efraín Hurtado, Caupolicán Ovalles, Dámaso Ogaz y Edmundo Aray, dan cuenta, a la distancia, de la fortaleza de ese movimiento y de la voluntad emprendedora de quienes lo integraban. Juan Calzadilla fue cofundador y miembro de este conjunto heterogéneo en el participaban artistas y escritores.

El Círculo del Pez Dorado tuvo una actuación más centrada en el hecho plástico, en la consecuencia estética de la creación, por tanto, su actividad fundamental estuvo orientada hacia la experimentación y el manejo de distintos lenguajes. Pero lo común a ambos grupos, más allá de la divergencia ideológica, fue el empleo de la figuración como forma expresiva, la figuración como propuesta artística y finalmente como hecho comunicacional.

En ese tiempo de múltiples experiencias en el campo cultural se afirma la intención creadora de Calzadilla y, por tanto, la noción que ha definido su obra desde entonces hasta el presente. Un primer hecho a destacar en sus dibujos y pinturas es su interés por la acción del hombre en colectivo, por el hecho grupal, gregario. Este propósito es apreciable en diversas realizaciones a lo largo del tiempo, desde los lejanos años sesenta, época en que inicia su actividad pública en eventos distintos como el XX Salón Oficial Anual (1959), Dibujos coloidales (Librería Ulises, 1963), en Caracas, y Ciudadano sin fin, en la Galería El Caracol, de la Universidad de Los Andes, Mérida (1970). Esas imágenes nos muestran, en la generalidad de los casos, multitudes que se hallan en un ámbito sin referencias; son cuerpos anónimos que buscan su ubicación en el espacio y responden más a una pulsión caligráfica, a una metamorfosis en la que el dibujo es percibido como un esbozo, una suerte de escritura primigenia.

Hacia la década de los ochenta, su temática pareciera interesarse por los personajes que también “habitan” en esos pliegos de papel. Así surgen El rapto de las sabinas II (1985), Aproximaciones a un desnudo acostado (1987), Diurno-nocturno (1989), etc. En ellas más que una diferenciación formal de una figura dentro del grupo, lo que ciertamente no ocurre, se produce el reconocimiento de unos actores a partir del título de la obra. Ese resultado muestra un giro importante en su producción, un cambio de mirada. Esta revisión nos presenta otras piezas relevantes como Estudio para un tótem (1988), Lo continuo es la fragmentariedad. Osmosis (1988), Alfabeto, Reconstitución de un espacio y El espejo (todas de 1989).

En El espejo, por ejemplo, observamos a seis figuras femeninas desnudas; unas interactúan con sus compañeras mientras que otras parecieran más concentradas en sí mismas, sin embargo, lo que se nos muestra como idea no son los personajes, sino los distintos reflejos que surgen ante la superficie especular. En Estudio para un tótem la mirada del artista es todavía más cerrada, no hay colectivo, tampoco individualidades, aparece la figura hierática que recoge, en una construcción vertical, lo que antes se disponía en una secuencia de cuerpos entrelazados. Ahora sólo existe el tótem, forma simbólica que responde al interés de un colectivo, a su necesidad de reconocerse en lo singular.

En algunas obras de los años noventa y de año dos mil se observan cierta soltura en el trazo y un aquilatado cromatismo que parece invadir el espacio, lo que ofrece una mayor expresividad a las composiciones de este período. Figuras (1991), Forma continua (1992), Los horizontes son nuestras manos IV y V (1994), SOS (1994) y Cadena (1999), son algunos ejemplos de estas búsquedas. En El ombligo de los limbos (2001), un acrílico sobre tela de 157×239 cm., se aprecia un escenario abigarrado de formas retorcidas que sintetizan lo gestual y lo figurativo, rasgos característicos de sus composiciones anteriores. Un tratamiento semejante, que incluye lo objetual, es el que se detecta en Ventana (2006), pieza en la que el autor pinta directamente sobre un postigo encontrado, pero en Autorretrato a pedazos (2007), el artista parece sentir la necesidad de plasmar su imagen sobre el plano y entonces la acostumbrada repetición de la figura a la manera de una secuencia cinematográfica protagoniza la escena.

En ese discurrir Calzadilla realiza numerosas exposiciones, sin embargo, la regularidad de la obra plástica se ve condicionada por sus otras actuaciones creativas, por el hacer distinto a lo pictórico o dibujístico que compromete su tiempo ante la necesidad de dar respuesta a nuevos intereses, siempre vinculados a disciplinas como la poesía, la crítica y la historiografía del arte.

El poeta

El ejercicio de la poesía es esencialmente un compromiso con la palabra, pero también con la intención de transformar la vida y con ella el mundo. Para el poeta la creación es un desafío consigo mismo, con el tiempo, con la historia; entendida de esta manera, su práctica se revela entonces como un propósito moral, una misión social, un gesto afectivo dirigido hacia el colectivo. Esa es la dimensión del arte a la que pertenece Juan Calzadilla, es el ámbito de su existencia, el escenario en el que ha actuado a lo largo de su vida. Su intención poética se muestra tempranamente, así como en la pintura; esta circunstancia anuncia una “intimidad” entre ambas que no es resultado de una acción premeditada, tampoco una respuesta de su vocación, simplemente se trata de una relación, de un vínculo, de un nexo fenomenológico que desde siempre se ha dado entre ambas experiencias:

Creo que la sensibilidad es una sola. El mismo impulso, o lo que llaman inspiración, que lleva a dibujar o a pintar automáticamente, cuando ese impulso se orienta hacia la producción de imágenes o ideas. Es mi caso y el de otros, como Jean Arp, que escribía y pintaba. En todo caso, no hago un problema de eso, ni una separación de lo plástico y lo literario[3].

De este modo, ha hecho pintura y poesía, sin distingos, sin la supremacía de la una sobre la otra, más bien por el contrario, hermanadas, actuando juntas, unidas por la intención del creador. Ya en 1954 publica sus primeros poemas; le seguirán los libros La torre de los pájaros (1956), Los herbarios rojos (1958), Dictado por la jauría (1962), Los malos modales (1965); ese primer ciclo se cierra en 1967 con Las contradicciones sobrenaturales. Escribió Juan Liscano:

Una de las líneas de desarrollo de la actual poesía, como ya se dijo, es ésa que Calzadilla trazó en Dictado por la jauría. Se impone señalar, en ese caso, que los textos de este poeta constituyen, quizás, el más apreciable logro literario, en el entendido de que su proposición no consiste en una simple comunicación lírica, sino en un ir más allá del lenguaje, para tomar partido contra una realidad repudiada. Pero ese partido tomado por Calzadilla, no tiene color político, ni parcialidad ideológica. Es una rebelión anárquica en el mejor sentido de esta palabra: una negación, un desembocar en la nada. Saludable ejercicio de ascesis en una era de abundancia tecnológica y de bienes de consumo como la nuestra…[4]

En la década de los setenta Juan Calzadilla publica Manual de extraños (1975), Bicéfalos (1978), luego Tácticas de vigía (1982), Una cáscara de cierto espesor (1985) y Diarios: Aproximaciones a un decir siempre aplazado (1990). Esa extensa obra se recoge en un conjunto de volúmenes que sobrepasa los veinte títulos. A partir de los noventa publica Minimales (1993), Principios de urbanidad (1997), Corpolario y Diario sin sujeto (1999); posteriormente aparecen Aforemas (2004) y Manual para inconformistas (2005), entre otros. La obra poética de Calzadilla no es un capítulo de su actividad como escritor, abarca gran parte de ésta, y tiene un experimentado complemento en su producción teórica en torno al arte.

El crítico de arte

Este oficio es tal vez el más comprometedor de los que haya realizado, en tanto que toda labor de este tipo entraña la valoración del trabajo del otro, la emisión de un juicio sobre su hacer como creador, tarea que puede involucrar su propio desempeño como artista y hasta su propia obra. Esa reflexión a la vez que formula una visión sobre los aportes de una época, y analiza las propiedades conceptuales y expresivas de determinado período, al mismo tiempo examina sus propias contribuciones al proceso, y señala al autor, aunque de manera indirecta, como constructor de un gran legado y por tanto como objeto de la opinión de los otros.

En este punto no podemos perder de vista que Calzadilla asume también la responsabilidad periodística en los comienzos de su experiencia pública. Esa labor se inicia en 1955; un año más tarde lleva adelante una columna en el diario El Universal, en la que trata sobre las dos vertientes de su interés: el arte y la literatura, de este modo vincula tempranamente los espacios en los que se desarrollará su trabajo profesional. Esa primera experiencia lo conduce a colaborar también con el diario El Nacional, la Revista Nacional de Cultura y, a comienzos de los años sesenta, termina asumiendo la dirección de la Revista Visual del Museo de Bellas Artes de Caracas, y luego la de la Revista Imagen en 1984.

Calzadilla reconoce que la crítica se halla ligada a la obra de arte, por lo que la evaluación y el análisis que se hagan de ésta están supeditados a ella. Sin embargo, la crítica se expresa mediante el empleo del verbo en la configuración de un lenguaje literario, por lo que posee un valor propio, brindando nuevas e inusitadas asociaciones que amplían, complementan y enriquecen la lectura de la propuesta del artista “criticado”, ubicándola dentro de un contexto histórico-estético. Respecto a esta tarea, el mismo artista señala lo siguiente:

En una época en que el crítico de arte se formaba en la calle y no en instituciones académicas o museológicas y en que la actividad crítica se confundía con la labor periodística, no fue fácil para mi generación escapar a la fascinación que producía el descubrimiento de los grandes movimientos del arte moderno ni tampoco el interés que despertaba el hecho de que fuéramos testigos de una transformación del arte venezolano que se extendió también a otras disciplinas y en especial a la literatura, tal como pudo apreciarse en el surgimiento de grupos innovadores como Sardio y El Techo de la Ballena…[5]

En el extenso legado producido por el autor en este campo, cabe señalar algunos ejemplos puntuales que son clave para la sistematización de la historia y la crítica del arte, así como para su contextualización en el marco de la realidad sociocultural venezolana. En 1961 publica La abstracción en Venezuela, luego Pintores venezolanos (1963), El arte en Venezuela (1967), y así se irá haciendo de una temática que abarca distintos períodos y tendencias; ejemplo de ello es Pintura venezolana de los siglos XIX y XX (1975) y Movimientos y vanguardia en el arte contemporáneo en Venezuela (1978), sólo por nombrar algunos. El estudio individualizado de artistas es otro de los capítulos que conforman su extendida trayectoria, y del mismo dan cuenta publicaciones como Martín Tovar y Tovar (1968), Arturo Michelena (1973), Cristóbal Rojas (1978), entre muchos otros. En este sentido cabe mencionar el libro Armando Reverón (1979), una investigación que se caracteriza por la cronología comentada, así como por el inventario y catalogación de obras del pintor venezolano. Otro de sus aciertos lo constituye Espacio y tiempo del dibujo en Venezuela (1981), “volumen que representa una de las más destacadas reflexiones históricas y críticas en torno al dibujo venezolano, aparecido en un momento en el cual este género experimentaba el auge conocido como el boom del dibujo, en buena parte promovido por el propio Calzadilla como organizador del Salón de Dibujo de Fundarte”[6]. El diseño en gran formato de esta edición, otorga relevancia a la reproducción de las láminas que ilustran las piezas ejecutadas en esta disciplina.

A lo largo de todos estos años, Calzadilla ha persistido en una labor que tiene una intención pedagógica encomiable. Su legado, por lo demás prolífico y generoso, da muestra de su talento como artista, escritor y pensador de los procesos culturales que rodean a la obra de arte. Asimismo, sus aportes en el campo de la poesía y la plástica le han hecho merecedor de reconocimientos, como el Premio de Poesía Francisco Lazo Martí (1994) y el Premio Nacional de Artes Plásticas (1996). Su pensamiento ha trascendido en numerosas publicaciones que incluyen libros, catálogos, revistas y artículos de prensa, éstos últimos dan testimonio de una voluntad de hacer en favor del otro que se expresa a través de diferentes medios y que, esencialmente, pasa por atender a su propia necesidad de expresarse, de prestar atención al llamado del alma como bien lo diría Bachelard.

[1] Juan Calzadilla, Anotaciones para un enfoque transdisciplinario de escritura e imagen visual en la formación de las vanguardias en Venezuela, Ponencia presentada en el simposio celebrado en Valencia, septiembre de l999. Documento inédito cedido por Banda Hispânica (Jornal de Poesia [Soares Feitosa]: http://www.jornaldepoesia.jor.br/ Banda Hispânica [Floriano Martins]: http://www.jornaldepoesia.jor.br/bhportal.html) que fue facilitado por Andrea Calzadilla para esta publicación.

[2]Matisse Spanish Arts www.spanisharts.com/…/fauvismo_matisse.htmlxxx (Consulta: 1º de enero de 2011).

[3] Juan Calzadilla, Juan Calzadilla: un artista integral / Guárico: Portal oficial http://guarico.com.ve/?p=631 (Consulta: 25 de enero de 2011).

[4] Juan Liscano, Panorama de la literatura venezolana actual, Editorial Alfadil, Caracas, 1995, pp. 198-200. Presentado por Néstor Mendoza en: “Juan Calzadilla”, http://www.juan-calzadilla.blogspot.com/ (Consulta: 13 de febrero de 2011).

[5] Juan Calzadilla, Anotaciones para un enfoque transdisciplinario de escritura e imagen visual…, ob. cit.

[6] Israel Ortega Oropeza, Juan Calzadilla, Colección Arte Venezolano, Nº 49, Iartes, Caracas, 2008, p. 12.

Juan Calzadilla, siluetas sígnicas - Mari Carmen Ramírez
Juan Calzadilla: Iconos del arte en Venezuela - Gladys Calzadilla
Publicado en Ante la crítica.

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