Desde la mirada de Marco Rodríguez del Camino

Con todo, Calzadilla no termina de desembocar en la abstracción, siempre se las arregla para que ninguno de sus signos llegue a ser del todo conceptual, y mantiene un hilo figurativo aún en la mayor confusión, en el caos. A lo largo de toda su obra, de sus diversas vías y maneras de regresar al lugar de los hechos, pone por delante a la imaginación. (…)

Hay momentos, etapas, en que no sólo utiliza lo blanco —cercándolo— como forma sino que torna al papel en mucho más que el mero soporte de la obra; su forma, su color, sus tonos, textura y composición se incorporan como elementos y estructura de la obra, y, como en ciertas esculturas en piedra, sólo como incisiones a lápiz, una mínima y precisa intervención del artista, vuelven al papel expresión. No cabe decir sin embargo, que de ese modo se toma al material del papel para la forma ni que se lo rescata así del anonimato, pues hay casos en que por el contrario, parece ser lo anónimo y material lo que cobra vida y queda subrayado.

Los trazos o aguadas con que el artista intervienen son leves, como pautando una danza del caos que, por danza, impone un ritmo, un orden musical e invisible, primordial. Nebulosas, manchas con rebordes, espirales, filas y columnas de manchas o trazos, formas o líneas abiertas que perfilan posibilidades. Esos dibujos-escritos que en varias ocasiones cubren sus láminas, y son talismanes, parientes de los seculares monogramas propiciatorios del Año Nuevo lunar de la China. Dos que fueron uno y quieren ser uno, y tres. Frases que se muerden la cola para cerrarse sobre sí y con ello crear un mundo de sugerencias. A veces hasta cuerpos en blanco e ingrávidos atrapados en un espacio negro muy delimitado, como el grabado que muestra un cuarto con ventana al fondo.

(Marco Rodríguez del Camino, Rasgos distintivos, Catálogo de la exposición Juan Calzadilla: Aventuras de lo real, Museo de Bellas Artes, Caracas, 1993-1994, pp. 30-31).
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Publicado en Ante la crítica.

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